La chispa que prendió en Siria aquella “revolución”, reconvertida en contienda civil, se produjo el 6 de marzo de 2011, cuando varios miembros de los servicios de inteligencia sirios detuvieron y torturaron a una quincena de jóvenes en la urbe sureña de Deera por pintar en una pared la popular consigna revolucionaria egipcia “El pueblo quiere la caída del régimen”.
“Algunos dignatarios y líderes tribales de la ciudad muy respetados fueron a visitar al director de la rama de la Inteligencia Política, el general Atef Nayib” para conseguir su liberación, cuenta el activista local Omar al Hariri en una entrevista realizada por periodistas de la agencia EFE. Pero este rechazó sus propuestas con malos modos y los enfureció, por lo que convocaron una protesta multitudinaria en la que se pedían las destituciones del oficial militar y del gobernador de la zona, Faisal Kalzum.
Las autoridades reprimieron la manifestación haciendo uso de la fuerza. Cuatro civiles fueron asesinados a tiros, y este hecho causó una ola de indignación nacional que se extendió hasta lugares como Homs, Banias, Hesekê, Deir Ezzor, Harasta, Yable o Lataquia. Ya no se exigían dimisiones concretas, sino la imposición de reformas democráticas de profundidad.
De la revolución a la guerra
“El estallido de la crisis se debió al malestar de una parte de la población, que fue aprovechado con rapidez por agentes occidentales y regionales para impulsar las revueltas y, más tarde, el conflicto civil, sin preocuparse por los costes que eso tendría”, explica a La tinta el corresponsal internacional español Eugenio García Gascón, que vive en Oriente Medio desde 1991 y ha cubierto muchos de los conflictos que asolan la región.
El régimen respondió a la rebelión con más acciones violentas. El arabista Ignacio Álvarez-Ossorio cuenta en su libro Revolución, sectarismo y yihad (2016) que el líder sirio, Bashar Al Assad “ya conocía la suerte que habían corrido los presidentes de Túnez y Egipto” gracias a la Primavera Árabe, “por lo que era consciente de que los manifestantes no se conformarían con meras reformas superficiales”. Esto llevó a la militarización de la represión.
Y, a medida que esta se intensificaba, se multiplicaron los casos en los que los soldados sirios se negaban a obedecer a sus superiores. Parte de ellos fueron ejecutados de forma sumaria, pero otros muchos se unieron a la oposición.
“En un primer momento, su principal objetivo era defender a los manifestantes y evitar la entrada de las tropas del régimen en las ciudades o barrios rebeldes. Esta posición defensiva apenas duró unos meses, ya que, a partir del verano, golpearon de manera ofensiva a las fuerzas leales al régimen, a las que infligieron severas pérdidas en Yisr al-Shugur, Rastan o Zabadani”, afirma el investigador antes mencionado.
Una oposición fragmentada
“El movimiento opositor a Bashar Al Assad está conformado por grupos muy diversos que van desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, por lo que es muy difícil definirlo en su conjunto”, dice a este medio Omar al-Muqdad, un periodista nacido en Siria que decidió abandonar el país y mudarse a Estados Unidos, en 2012, ante el auge de los enfrentamientos.
También existen organizaciones religiosas moderadas y radicales, así como agrupaciones tribales y étnicas como las que controlan la zona siria de Kurdistán. “Siria se enfrenta a un problema identitario que cada día es más frecuente en todo el mundo. Los movimientos de carácter nacionalista y religioso reaccionan de una manera cada vez más autoritaria y violenta contra la globalización”, razona García Gascón.
El presidente Al Assad decidió utilizar las diferencias que separan a las distintas comunidades del pueblo sirio para mantenerse en el poder. Con este objetivo en mente, incitó sentimientos de hostilidad en los miembros de las minorías chií, alauita, drusa, aleví y cristiana contra los individuos pertenecientes a la confesión musulmana suní.
Los periodistas españoles Javier Espinosa y Mónica García atestiguan en su obra Siria: el país de las almas rotas (2016) que estas tensiones se habían visto trasladadas al millón y medio de desplazados sirios que, hasta febrero de 2022 y según un estudio de la red internacional Protección contra la Explotación y los Abusos Sexuales (PSEA), habían huido al vecino Líbano.
Consideraciones geopolíticas
“El conflicto ha pasado por distintas fases, y decenas de actores locales e internacionales han participado en él, de un modo u otro. Sin embargo, la supervivencia de Al Assad no se habría producido sin sus apoyos internacionales: Irán y Rusia. Esta última entró en la guerra en 2015 a petición de Damasco, y cambió su rumbo al aportar su aviación militar en favor de las fuerzas gubernamentales”, recalca a La tinta el periodista independiente Joan Cabasés Vega, que reside en Beirut.
Por su parte, García Gascón afirma que “la oposición cuenta con el respaldo de Occidente, lo cual se ha demostrado en múltiples ocasiones a lo largo de esta década”.
Poco a poco, la contienda también ha ido adquiriendo tintes geopolíticos a escala regional, con la implicación de países como Israel, Arabia Saudí, Turquía o Irán, y con la actuación en apoyo del gobierno sirio por parte de milicianos chiíes del partido político libanés Hezbollah.
La radicalización religiosa
Tras la militarización de las protestas y la intervención de diversos actores exteriores a lo largo del periodo de tiempo comprendido entre 2012 y 2014, la revuelta sufrió un fuerte proceso de islamización, por el que se dejó de lado el proyecto democrático y secular ideado, en un primer momento, por los grupos opositores.
Algunas organizaciones religiosas radicales comenzaron a cobrar preponderancia sobre el resto de las agrupaciones rebeldes gracias a la financiación proveniente de determinados patrocinadores residentes en el Golfo Pérsico, por lo que muchos de los combatientes de las milicias seculares se unieron a formaciones como la salafista Ahrar Al Sham, el Ejército del Islam o el Frente Al Nusra, la rama siria de Al Qaeda.
“En 2014, los conflictos armados en Siria e Irak se intensificaron e incluyeron el éxito yihadista y, especialmente, el ascenso del Estado Islámico (ISIS)”, resume el investigador sueco Aron Lund, en un artículo sobre las guerras civiles siria e iraquí publicado en el Instituto Internacional de Estudios para la Paz en Estocolmo (SIPRI, en sus siglas en inglés).
Gracias al caos provocado por el conflicto, ISIS consiguió hacerse fuerte en el noreste de Siria y el norte de Irak, estableciendo la capital de su nuevo “califato” en la ciudad de Al Raqqa. El resto de las facciones nacionales e internacionales participantes en la contienda se unieron para acabar con la emergente amenaza yihadista, y el fin de las operaciones militares contra ella no se declaró hasta el 6 de diciembre de 2022.
Derrotados, pero no vencidos
Una de las razones por las que este grupo es tan peligroso es por sus eficientes servicios internacionales de reclutamiento y propaganda. “Muchos de los elementos radicales que combatieron bajo la bandera del Estado Islámico en Siria venían de otras partes del mundo. La comunidad internacional quería deshacerse de ellos, y los envió a morir allí”, comenta Al-Muqdad.
El combate sostenido para expulsar a los fundamentalistas del país ha sido duro y largo. A pesar de ello, según Cabasés, no parece haber acabado. “No me atrevería a decir que están vencidos. Las fuerzas kurdas, en cooperación con los actores extranjeros, batallaron contra ellos en su momento de más fortaleza, pero otros militantes provenientes de varios territorios siguen uniéndose a ISIS hoy en día a cambio de retribuciones económicas”, confirma.
“De hecho, en el noroeste de Siria, que es conocido como el último bastión de los rebeldes, tienen presencia varios grupos radicales que están patrocinados por Turquía”, asegura.
¿Una guerra sin fin?
La posición de las distintas facciones enfrentadas en Siria ha cambiado. En 2015, las fuerzas leales a Al Assad solo conseguían mantener su hegemonía en Damasco y una estrecha franja de territorio que se extendía desde Suwayda en el sur hasta Lataquia, en el norte, a lo largo de la frontera con el Líbano y las costas orientales del Mediterráneo.
Por otro lado, los rebeldes tenían el control de Deera, cerca de Jordania, y de Idlib y Alepo, en el noroeste del país. Además, ISIS se había atrincherado en una amplia zona situada entre el norte y el este de la nación, consolidando su situación en Raqqa y Deir Ezzor mientras combatía a las milicias kurdas encajonadas entre las fronteras con Turquía e Irak.
Pero la intervención rusa en favor del presidente sirio, a finales de ese año, provocó un giro inesperado en el desarrollo de los acontecimientos. Las tropas gubernamentales fueron recuperando, poco a poco, el terreno perdido hasta ocupar de nuevo, en la actualidad, el oeste, el centro y casi todo el sur y el norte de Siria.
No obstante, “la injerencia militar de Turquía en su parte noroccidental, y la de Estados Unidos en la zona gobernada por los kurdos al nordeste, han convertido el país en un mosaico que se perpetúa e impide la resolución del conflicto”, dice García Gascón.
El “enroque” del presidente
Todo parece indicar que Bashar Al Assad permanecerá en el poder a corto plazo. “Aunque no es oficial, las autoridades turcas y sirias han mostrado predisposición pública a llegar a algún tipo de acuerdo con el que desencadenar la situación, lo que otorgaría al gobierno damasceno la victoria absoluta y el control -al menos, sobre el papel- de la totalidad del territorio estatal”, explica Cabasés.
El líder sirio llegó al poder en el año 2000, tras la muerte de su padre Hafez y de la mano de la formación política a la que este pertenecía: el Partido Baaz Árabe Socialista. Hafez Al Assad fue un alto cargo militar del país durante la década de 1960, y aprovechó su posición para dar un golpe de Estado mediante el que se hizo con la dirección de la nación, en 1970.
Bashar parecía diferente. Había sido educado en el extranjero y era oftalmólogo. Cuando Hafez falleció y se convocaron nuevas elecciones, la población lo veía como un hombre de ideas reformistas y modernizadoras que llevaría la prosperidad económica a Siria. Nunca podría haber imaginado que había heredado los planteamientos ideológicos y las cualidades políticas que habían sostenido a su padre en la cúpula dirigente siria durante décadas.
Las experiencias de la rebelión y la guerra civil le han desenmascarado como a un hábil, aunque maquiavélico, hombre de Estado que sabe manejar los distintos resortes de la compleja maquinaria política interna nacional.
¿Amigos para siempre?
Aun así, “la resiliencia del régimen ha tenido un coste muy elevado”, dice el académico y activista socialista de origen suizo-sirio Joseph Daher, en su libro Syrie, le martyred’unerévolution (2022).
Al Assad ha sobrevivido gracias al apoyo de sus aliados extranjeros, y es probable que, en el futuro, le exijan algo a cambio. Además, debe afrontar la reconstrucción del país a través del uso de sus malogradas instituciones económicas y financieras.
“Incluso las regiones consideradas leales son cada vez más críticas con Damasco”, declara Daher, antes de afirmar que “los problemas que condujeron al levantamiento siguen presentes” y que “las manifestaciones criticando la catastrófica situación socioeconómica del país se han multiplicado desde 2019”.
Las ruinas de la guerra
El informe Estrategia Humanitaria 2022-2023: Crisis Siria, de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, estima que “agotados por años de conflicto y pobreza, los sirios están en peor situación que en cualquier otro momento desde que comenzó el conflicto en 2011”.
“El 90% de la población vive ahora por debajo del umbral de la pobreza, frente al 80% hace un año, con dos millones de personas que viven en la pobreza extrema. Además, la población civil se sigue enfrentando a una crisis prolongada de protección debido a los mecanismos de control territorial y las disputas por las partes en conflicto”, ratifican los expertos que lo redactaron.
Según los datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en 2021, 2,4 millones de menores de edad sirios no estaban integrados en el sistema educativo obligatorio. Otros 1,6 millones se encontraban en situación de riesgo de abandono escolar, y un 46% de las escuelas del país no se encontraban operativas para su utilización.
El periodista belga Pierre Piccinin da Prata está de acuerdo con esta visión. “La guerra ha empobrecido enormemente a los sirios, y también ha destruido muchas infraestructuras. La mayoría de los colegios y hospitales están en ruinas. La situación es muy mala”, describe a La tinta.
Además, gran parte de la población civil sufre una creciente sensación de inseguridad por la falta de alimentos y de agua potable, así como por los ocasionales combates a pequeña escala, que todavía tienen lugar en las zonas alejadas de los grandes centros urbanos controlados por el gobierno.
Huidos
Por otra parte, la organización humanitaria Amnistía Internacional (AI) publicó un memorando, en 2021, en el que se hablaba sobre la preocupante situación de los y las sirias que se habían refugiado en otros países durante aquellos años de conflicto. “Desde 2011, 6,6 millones de personas han huido de la violencia y la represión en Siria, y han buscado refugio en el extranjero”, aseveran sus autores.
“La inmensa mayoría viven en países vecinos, donde están sometidas a terribles condiciones y discriminación, además de carecer de una situación migratoria regular; otras han huido a Europa. Estas duras condiciones de vida, unidas a la disminución de las hostilidades militares en la mayor parte de Siria, hacen que las personas refugiadas sientan la presión de regresar, con el trasfondo del discurso promovido por el gobierno sirio y sus aliados, que defiende que ya es hora de que las personas refugiadas retornen”, remarcan en el memorando.
Los países donde han acogido a mayor número de refugiados son Líbano, Jordania y Turquía. Sus sistemas económicos y servicios sociales no han podido sostener la desproporcionada carga financiera que representan los desplazados, y ello ha llevado a que los y las ciudadanas originarias de los territorios las discriminen, y a que exijan su expulsión de las zonas en las que permanecen.
Represión
Su regreso no es fácil, y no solo por las penosas condiciones en las que se está desarrollando el proyecto de reconstrucción de la nación árabe, sino porque los leales a Damasco creen que quienes huyeron y no se unieron a las fuerzas gubernamentales son unos cobardes y unos traidores.
El general Jamil Hassan, jefe del Departamento de Inteligencia de la Fuerza Aérea, avisó en una entrevista en el verano de 2018 de que más de tres millones de sirios y sirias eran buscados por el Estado y de que sus antecedentes penales estaban listos. “Una Siria con 10 millones de personas dignas de confianza que obedecen a los gobernantes es mejor que una Siria con 30 millones de vándalos”, añadió.
Alaa, entrevistada por voluntarios de Amnistía Internacional, cuenta que agentes de los servicios de inteligencia las arrestaron a ella y a su hija de 25 años en un paso fronterizo cuando regresaban del Líbano. Las retuvieron durante cinco días, acusándolas de “hablar en contra de Assad en el extranjero”.
Los funcionarios las interrogaron en la misma sala, y ella presenció cómo cometían todo tipo de agresiones contra su hija. “Le quitaron la ropa. La esposaron y la colgaron en la pared. La golpearon. Uno de ellos le metió el pene en la boca. Cuando se quedó inconsciente, le tiraron agua para despertarla de nuevo. Intenté besarles las piernas para que pararan, pero me preguntaron: ‘¿Por qué te fuiste de Siria?’. Me dijeron que era una puta y me acusaron de ser una espía de ISIS”.
Samer denunció ante esta organización humanitaria que también fue detenido al intentar volver a su hogar. Un agente de seguridad le golpeó en los testículos durante uno de los interrogatorios, y le dijo: “Te doy aquí para que no puedas tener hijos que dañen al país, como has hecho tú”.
¿Volverán?
Con esas perspectivas sobre su retorno, muchos de los que huyeron han decidido quedarse donde están. Pero, en el exterior, su vida tampoco es llevadera. Amal, asistida en el Líbano por la ONG Plan International, tiene 11 años. Nació en Siria, pero no recuerda nada sobre ella. Más de la mitad de su vida ha transcurrido en una tienda de campaña en el campo de refugiados de Akkar, y nunca ha ido a la escuela.
“Me quedo en casa todo el día sin hacer nada, jugando con mis cinco hermanas”, asevera con tono de resignación. Su padre murió y, debido a la difícil situación económica por la que pasa la familia, su madre quiere que acepte unirse en matrimonio a un hombre que las pueda mantener. Ella piensa que es demasiado joven. “Yo no quiero casarme. Me gustaría ir al colegio para aprender a enseñar a otros estudiantes. Ser profesora me haría muy feliz”, declara.
Este testimonio parece ofrecer una pequeña muestra de esperanza respecto al futuro del pueblo sirio. Quizá tarde muchos años en volver por completo a su tierra, y puede que pasen aún más hasta que consiga reparar todos los daños materiales y morales causados por la contienda que la ha arrasado, pero es evidente que las jóvenes con sueños, como Amal, son la base de la reconstrucción.
FUENTE: Jayro Sánchez / La tinta
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