Turquía: la nueva geopolítica de un califato imposible

El reformismo islámico de Al Afgani dio lugar a dos tendencias aparentemente contradictorias: la primera tendencia era modernizar el islam, encarnada en Turquía por Kemal Atatürk, el padre de la Turquía laica moderna y en Egipto por el gran líder del movimiento de los no alineados, Gamal Abdel Nasser.

La segunda tendencia era islamizar la modernidad encarnada actualmente por los Hermanos Musulmanes, cuyo objetivo último es extender el Estado islámico –el Califato- a todos los territorios que tienen, o alguna vez tuvieron presencia musulmana, como España. Esta última opción es la apoyada por Recep Tayyip Erdoğan, el nuevo califa, que cuenta con el apoyo –cómo no– del agresivo emirato de Qatar, pero que es odiado por el resto del mundo árabe.

La geopolítica, tras la guerra de Siria y en el marco de una errática política exterior estadounidense hacia la zona, particularmente con la secretaria de Estado, Hillary Clinton, ha propiciado una pérdida de relevancia de Estados Unidos y la Unión Europea (UE), y una remergencia de Rusia en la zona.

A nivel regional, es notable la “creciente chiíta”, potenciada por Irán, pero también el nuevo papel geopolítico de Turquía que, incapaz de acceder a la UE, utilizó el grifo de los refugiados sirios para obtener unos pingües beneficios económicos y dañar seriamente la imagen de la UE.

El megalómano Erdoğan, tras librarse de los líderes militares laicos, con un más que dudoso autogolpe de Estado, reconvirtió a sus militares, otrora defensores de la Turquía laica, en la punta de lanza del Partido Justicia y Desarrollo (AKP), la rama turca de los Hermanos Musulmanes.

La guerra de Siria sería su gran oportunidad: con el pretexto de luchar contra el terrorismo, ataca en su lugar a los kurdos en Siria e Irak, abandonados por Estados Unidos, tras ser la primera línea contra de Daesh.

En 2020, Turquía ha iniciado una intervención militar directa en Libia. Tras el aislamiento de Qatar por parte de gran parte del mundo árabe, incluidas las monarquías del Golfo, Turquía establece en 2015 su primera base militar en territorio árabe.

Posteriormente, con el apoyo militar y financiero de Qatar, Turquía ha proyectado sus fuerzas en Libia, prolongando y endureciendo la segunda guerra civil siria, dando lugar a una escalada regional y propiciando el despliegue de fuerzas egipcias en Libia para neutralizar su acción. Turquía trata de ir sirianizando el conflicto libio.

Desde la desolada Siria pasando por Qatar, las naciones empobrecidas de África oriental y occidental, y los Balcanes hasta Libia, se ha detectado un incremento en las intervenciones militares turcas sin precedentes desde el colapso del Imperio Otomano.

Muchos expertos se cuestionan si Erdoğan no estará tratando de alcanzar su objetivo –nunca escondido– de expandir la presencia militar global turca. Pero también es posible que la realidad sea más simple.

La Turquía de Erdoğan, rechazada por la UE, y que podría propiciar la desaparición de la OTAN, al menos como la hemos conocido hasta ahora, ha ido perdiendo fuelle económico, con una devaluación de un 36% de la lira turca y una salida de inversores extranjeros. Además, su mala gestión de las respuestas ante desastres naturales ha gestado una importante caída de la popularidad de su partido, incrementada tras su gestión de la pandemia.

Como ha ocurrido con otros líderes populistas, Erdoğan necesita urgentemente un gesto drástico para recuperar la popularidad ante su electorado. La decisión del otrora principal promotor –junto con Rodríguez Zapatero– del “dialogo de las civilizaciones” fue reconvertir de nuevo Santa Sofía en mezquita. Con estos amigos para qué necesitamos enemigos.

Para satisfacer su propio ego, Erdoğan trata de extender su influencia más allá del antiguo califato otomano. Pero en contra de la relativa tolerancia otomana, que permitió la supervivencia de cientos de minorías religiosas y étnicas en el espacio imperial, Erdoğan ha optado por el sectarismo y la ruptura definitiva con lo poco que quedaba del fundador de la Turquía moderna y laica.

Erdoğan pretende convertirse en una especie de nano-califa, con el apoyo económico de Qatar, cuyo emir continúa empeñado en convertir la singular catedral de Córdoba en una mezquita más, otra muestra palpable de diálogo unidireccional de civilizaciones.

Poderoso caballero es don dinero pero, afortunadamente, la influencia de Qatar, y por ende de los Hermanos Musulmanes, en el resto del mundo árabe está en continuo declive.

Tras la torpeza de la geopolítica errática de la administración Obama hacia Oriente Próximo, Rusia, y de alguna forma China, han ocupado su lugar. Los intereses rusos y turcos en la región entran en colisión: ya han dado lugar a serios incidentes en Siria y están aumentando la tensión en Libia.

Con el aumento de la influencia de otros actores regionales, como Irán con su creciente chií, o Arabia Saudí, dispuesta a intervenir en Bahréin o Yemen, no está claro el futuro geopolítico de un Erdoğan que, como un Vladimir Putin menor, tratará de prolongar sine die su presidencia.

La Turquía moderna, y con ella la modernización del islam, está moribunda; ha florecido el califato de los Hermanos Musulmanes, el de la democracia de una sola vez… Erdoğan ha dejado a Zapatero como “Cagancho en Almagro” y ha mandado a corrales al Diálogo de las Civilizaciones con su monólogo sectario.

Es más, la modernización secular del islam ha sido destruida por una Unión Europea intolerante con los militares turcos, pero extraordinariamente comprensiva con los Hermanos Musulmanes, y su retorno al islam más primitivo. Pero la generación Z turca, que votará por primera vez en 2023, podría terminar con esta rural aventura de Erdoğan.

Refiriéndose al conflicto sobre la influencia de los Hermanos Musulmanes en el mundo árabe, el experto turco asentado en Washington Merve Tahiroglu afirmaba: “Erdoğan es el político islamista que encerró a los generales secularistas. Al Sisi es el general secularista que encerró a los políticos islamistas”.

Por su parte, el emir de Qatar quiere aprovechar la “extravagancia sectaria” de su gran socio turco para comprar, a precio de saldo, la Mezquita-Catedral de Córdoba, objetivo que comparte con la rural e intolerante Hermandad Musulmana. Pero continuará siendo odiado por las restantes monarquías del Golfo, el mundo árabe en general y, quizás en el futuro, por la generación Z turca.

FUENTE: Emilio Sánchez de Rojas Díaz / El Independiente