Turquía: El asalto de Erdogan contra sus enemigos internos y externos

A raíz del golpe militar fallido del 15 de julio, la represión en los medios de comunicación turcos ha sido implacable y continua. Hay muchas campañas internacionales en curso para la liberación de tal o cual personalidad de los medios, por la libertad de prensa y los derechos de los periodistas. Incluso la Unión Europea, además de varios estados miembros, ha expresado su preocupación.

Muchas miles de personas siguen detenidas en las cárceles turcas con el pretexto de que son miembros o simpatizantes de la organización político-religiosa semi-secreta supuestamente formada en torno a Fethullah Gülen. Los números son tan grandes que se ha establecido un programa de puesta en libertad anticipada con el fin de liberar espacio para aquellos que aún no han sido condenados. Y no se prevé el final de la campaña de detenciones y encarcelamientos bajo el estado de emergencia. Todos los días Turquía se despierta con la noticia de que todavía se ha detenido a más personas.

Los decretos de emergencia han provocado cambios en casi todos los aspectos de la vida: el gobierno ha recibido poderes extraordinarios del Parlamento para un período de tres meses (renovables mientras dure el estado de excepción actual).

Todo ello apoyado por la “Gran Coalición Nacional“, compuesta por todos los partidos representados en el parlamento con la única excepción del HDP (Partido Democrático Popular). De pie en la cima está, por supuesto, el presidente Recep Tayyip Erdogan. La coalición se mantiene junta por lo que se ha denominado “el espíritu de Yenikapi” –una referencia a la masiva manifestación organizada por el Estado en los prados de Yenikapi de Estambul en agosto, que reunió a grandes sectores de la población contra la junta militar, en particular los islámico-nacionalistas. Los dirigentes de todos los principales partidos reaccionarios compartieron el escenario. El sentimiento anti-junta se complementó rápidamente con una nueva narrativa omni-comprensiva que asimila al movimiento Gülen, el Estado Islámico y el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) en una sola entidad terrorista.

Inmediatamente después del colapso del intento de golpe, los canales de televisión y los periódicos asociados con el movimiento de Gülen fueron cerrados, y algunos de sus periodistas y editores fueron detenidos. Los canales de propiedad estatal y los medios de comunicación convencionales, que están bajo la influencia directa del gobierno del AKP, propagan la línea del gobierno. Los informativos de noticias y los comentarios son monitoreados de cerca y es el Estado el que determina qué historias deben ser olvidadas y cuales difundidas.

Sin embargo, la represión de los medios de comunicación no termina ahí. Apoyado en el consenso de Yenikapi, el gobierno pronto actuó contra los sospechosos habituales: es decir, la prensa kurda, así como los medios de comunicación liberales y de izquierdas. Los canales de televisión y las estaciones de radio independientes fueron también cerradas, mientras que las empresas de satélites controladas por el Estado dejaron de transmitir: sus oficinas fueron selladas y sus sitios de Internet bloqueados. Entre los canales cerrados y prohibidos se encuentran una estación de televisión para niños kurdos y una estación de radio dedicado a la música popular.

Entre los detenidos hay estacados periodistas, columnistas y editores, así como novelistas, autores y otras personalidades de la televisión. La mayoría son opositores al régimen de Erdogan y están asociados a la causa kurda. Y el mundo académico, junto con la profesión docente, ha tenido su cuota de detenciones y despidos. Esta represión también busca congelar cualquier pensamiento independiente, por no hablar de la capacidad de organizarse.

Sin embargo, en septiembre, después de las largas vacaciones de verano, la oposición pública parecía haberse reagrupado. Algunas organizaciones de izquierda intentaron formar un bloque llamado la Coalición por los Trabajadores y la Democracia, y las primeras manifestaciones estaban previstas para el Día Internacional de la Paz. Su programa de nueve puntos ni siquiera toca el “problema kurdo”. Sin embargo, incluso antes de que el gobierno interviniese para prohibirla, las grietas comenzaron a aparecer en el bloque. Algunas organizaciones se retiraron de la coalición.

Fatídico

El periodo que abarca la mayor parte de 2015 y 2016 ha estado definido por la guerra en el Kurdistán después de que Erdogan y su gobierno decidieran poner fin al proceso de paz después de tres años de tregua. Esa decisión fatal ha sido lo que realmente provocó la crisis dentro del bloque dominante.

Los dos componentes principales del gobierno islamista AKP –Erdogan y su organización política y el movimiento de Gülen con sus cuadros altamente capacitado y atrincherados dentro de la maquinaria del Estado– estaban en curso de colisión. El movimiento de Gülen forzó la mano de Erdogan, al denunciar el saqueo y la corrupción endémica entre gente clave del AKP.

Los cuadros nacional-racistas-fascistas dentro de la burocracia y el ejército, que previamente habían sido marginados, a través entre otros de los “juicios Ergenekon” contra los opositores a partir de 2008, ahora se encontraron cortejados por ambos sectores islamistas. En los meses previos al golpe de estado, Erdogan parecía en mejor posición para ganar su apoyo cuando anuló muchas condenas, puso fin a los procesamientos y liberó a casi todos los detenidos de Ergenekon. El movimiento de Gülen sólo fue capaz de obtener el apoyo de un pequeño sector del aparato del Estado.

El precio pagado por Erdogan, con el fin de obtener su apoyo fue el fin de las negociaciones de paz con los kurdos y una vuelta al trillado camino de la búsqueda de una victoria militar, a pesar de que el consenso militar es que se trata de una guerra que no se puede ganar. Puesto que el movimiento de Gülen es conocido por su oposición a un acuerdo con los kurdos, Erdogan tenía que actuar con especial brutalidad para conseguir el apoyo de las fuerzas nacional-racistas-fascistas.

Se ha lanzado una guerra sin cuartel en el último año contra ciudades y pueblos kurdos. Uno por uno, los distritos y pueblos han sido bombardeados con artillería y ataques aéreos. Miles de personas han sido asesinadas. Los ataques aéreos transfronterizos en territorio iraquí contra objetivos del PKK, reales e imaginarios, han tenido lugar casi todas las noches.

Las publicaciones del movimiento de liberación kurdo se han cerrado, y los periodistas locales han sido asesinados, detenidos u obligados a exiliarse. Los simpatizantes turcos del movimiento por la paz han sufrido campañas de violencia, y ahora sabemos que las fuerzas de seguridad del Estado han trabajado mano a mano con el Estado Islámico.

Los consejos municipales electos de pueblos y ciudades considerados demasiado cercanos al movimiento de liberación kurdo han sido cerrados por orden ejecutiva, y los gestores provisionales nombrados desde Ankara. Como el estado de excepción, el mandato de los gestores provisionales parece indefinido. Los últimos vestigios de democracia en el Kurdistán han sido eliminados. Hace apenas un par de días, un vehículo blindado presuntamente abrió fuego sin provocación, matando a cuatro personas. Uno de ellos era un sobrino de un parlamentario prominente del Partido Democrático de los Pueblos (HDP).

Armados por EE UU

A esta complejidad se suma la participación de las fuerzas armadas turcas en la guerra en Siria, donde han tratado de impedir la formación de una zona kurda continua a lo largo de la frontera que separa Turquía de los árabes sunitas y turcomanos. Después de la ciudad de Manbij, fue capturado un importante cruce en la orilla oeste del Éufrates por las fuerzas de la coalición dirigida por los kurdos sirios –armados por los EE.UU.– y la ruta directa desde Turquía a la Raqqa controlada por el Estado Islámico fue cortada.

Después de un último esfuerzo diplomático desesperado para obtener el consentimiento de Rusia, Irán, Israel y Arabia Saudita, Turquía saltó a la palestra. Los blindados, artillería y fuerzas especiales turcos entraron en acción, mientras que el grueso de las “botas sobre el terreno” ha sido proporcionado por fuerzas sunitas árabes y turcomanas del Ejército Libre de Siria entrenadas por Turquía.

Turquía intenta, pero con poco éxito, equilibrar los efectos de una probable operación contra Mosul en Irak, los planes para atacar la ciudad de Raqqa controlada por el Estado Islámico, el sentimiento nacionalista, así como la enemistad hacia los kurdos. Erdogan y compañía han estado tirando de retórica “antiimperialista”, haciendo hincapié en la relación de la administración de Estados Unidos con el movimiento de Gülen. La UE también recoge su parte de desprecio, con acusaciones de promesas no cumplidas relacionadas con el acuerdo de repatriación de refugiados.

La actual propaganda de guerra y la retórica anti-Gülen, acompañadas por la ola más general e intensa de represión, han producido un importante rechazo al régimen. Sin embargo, una parte sustancial del capital financiero está dispuesto a apoyar al gobierno. No hay otra alternativa más realista si hay que preservar la estabilidad, al menos a corto plazo. Entre bastidores, el capital financiero intenta moderar los “excesos” del régimen de Erdogan. Su esperanza es restaurar el “estado de derecho” sobre la base de las negociaciones de adhesión a la UE.

Los islamistas están lamiendo sus heridas, mientras que los nacionalistas están dispuestos a extender sus nuevas ventajas. La oposición parlamentaria se ha evaporado a excepción del HDP. En esta situación, la libertad, la democracia y un Estado laico parecen un sueño lejano.

FUENTE: Esen Uslu/ Weekly Worker/Traducido por Enrique García