Turquía busca acabar con la revolución de las mujeres

Rojava es una región de mayoría kurda ubicada al norte de Siria, frontera con Turquía e Iraq; es el refugio de cuatro millones de habitantes, quienes han encontrado una zona segura en medio de la Guerra Civil Siria. Tras el estallido del conflicto en 2011, los kurdos se mantuvieron al margen de la oposición siria e iniciaron un proceso revolucionario único en el mundo, organizando a la sociedad desde una perspectiva comunal, feminista, ecológica, anti capitalista, intercultural y multiconfesional. Las mujeres kurdas, quienes se encuentran organizadas en las Unidades de Protección Femenina (YPJ) bajo el paradigma de la “jineolojî‎” (ciencia de las mujeres en kurdo), derrotaron militar y territorialmente al Estado Islámico (ISIS) en Siria. Cumplieron el rol de vanguardia en las batallas de Kobane, al Raqqa, Deir Ezzor, liberando pueblos y ciudades del yugo yihadista, pero también construyendo un sistema social, económico y político ampliamente democrático, cuya base es la liberación de las mujeres.

Los kurdos de Rojava no solo han tenido que combatir el salvajismo del ISIS en Siria, sino también el asedio constante de los grupos financiados y patrocinados por Turquía o las monarquías del Golfo, como los restos del Ejército Libre Sirio (ELS), o la filial siria de al Qaeda, el antiguo frente Jabath al Nusra, entre otros. Todas estas amenazas cobran fuerza en estos momentos, cuando el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, declaró públicamente días atrás la proximidad de una intervención militar en el norte de Siria, con el objetivo de acabar con la revolución de Rojava, acusándola de ser la fachada del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), una organización que este país ha tipificado de terrorista por oponerse al genocidio kurdo que el Estado turco lleva a cabo en el sudeste del país desde inicios de la fundación del mismo, tras la Primera Guerra Mundial.

La cercanía del pueblo kurdo con Nuestramérica tiene profundas raíces históricas. Ambas regiones provienen de sociedades agrarias desde tiempos anteriores a la modernidad capitalista, comparten mitos y ritos, que, salvando las diferencias lingüísticas y geográficas, se articulan bajo los criterios de complementariedad y reciprocidad. El mundo andino y el kurdo tienen nexos en la historia, lo sepan o no ambos pueblos, el colonialismo, la injerencia imperialista, la agencia de sus clases dirigentes contra los intereses legítimos de los pueblos, deben motivar a que su reencuentro sea real. Estos momentos críticos, requieren que este evento se apresure y se dé lo antes posible, considerando que una intervención militar hacia el este del río Éufrates acabaría en una masacre de la población, como ya pasó el anterior año con la ocupación de Afrin.

En el Kurdistán se repite hasta el cansancio una frase triste pero reveladora: “los kurdos no tienen más amigos que las montañas”; en esta situación desesperada, la solidaridad y el internacionalismo deben trascender a los hechos. Toda acción es legítima con motivo de parar al Estado fascista turco y su interés en acabar con la revolución de las mujeres.

Rojava es una de las pocas luces que iluminan la oscuridad que significa la modernidad capitalista, y ha costado demasiada sangre, demasiadas vidas. Mientras termino de escribir estas líneas, también desesperadas, no puedo sino pensar en la lección histórica que cientos de miles de mujeres y hombres dan al mundo en estos mismos momentos, pobladores, combatientes, gente de a pie, se prepara a resistir el avance del enemigo. Simplemente no podemos abandonarlos.

FUENTE: Carlos Pazmiño / Revista Crisis