Tambores de guerra lejanos

A la espera de que el equipo enviado por la ONU a Arabia Saudí saque sus propias conclusiones, parece inevitable pensar que, al menos de forma indirecta y teniendo en cuenta que los restos de los misiles encontrados son de procedencia iraní, que la República Islámica Irán está detrás del ataque al complejo petrolífero de Abqaiq.

Pero, como resulta muy improbable que hayan sido lanzados desde territorio iraní, surge la duda de si las lanzaderas usadas por los hutíes yemeníes, que han reivindicado el ataque, estaban en el propio Yemen o, como plantean otras hipótesis, en la línea fronteriza con Irak, donde tienen fuerte presencia las milicias pro-iraníes. Es muy significativo, en este sentido, que el primer ministro iraquí Adil Abdul Mahdi haya ordenado la inmediata retirada de esta zona fronteriza a esas milicias.

Sea cual sea la hipótesis que se confirme, el ataque a Abqaiq pone en evidencia la capacidad de acción y expansión que han alcanzado en Oriente Medio las fuerzas pro-iraníes, vinculadas a la organización Al Quds, sección exterior de los Pasdaranes (Guardianes de la Revolución).

Esta organización, bajo el mando del general Qasem Suleimani, es la que realmente lleva a cabo la política exterior de Irán en esta parte del mundo, respondiendo de sus decisiones no ante el gobierno del presidente Ruhani, como sería lógico en cualquier país, sino directa y exclusivamente ante Alí Jamenei, máxima autoridad religiosa de la República Islámica.

Es a través de Al Quds como Irán pone en marcha sus programas para armar, financiar y reforzar con personal propio a las citadas milicias, que han alcanzado un gran poder en Líbano, Siria e Irak, además de ayudar a los rebeldes hutíes yemeníes.

Tanto la sección Al Quds como el conjunto de los Pasdaranes, un ejército religioso compuesto por unidades de élite muy superior en todos los sentidos al ejército regular, están alineados con las posiciones radicales del régimen y, por lo tanto, enfrentados a la línea moderada del presidente Ruhani.

Su capacidad de acción ya ha quedado patente al lograr establecer un control territorial en ciertas partes de Irak y Siria, y también por haber atacado, igualmente con misiles de medio alcance, bases de la oposición dentro de Irak, como ocurrió hace un año con la sede del Partido Democrático del Kurdistán de Irán (PDK-I), además de haber derribado el dron norteamericano que puso a ambos países al borde de la guerra.

Ahora el mensaje es más contundente: si este “simple” ataque a las instalaciones de Abqaiq ha perturbado considerablemente el mercado mundial de crudo, una guerra abierta con Irán supondría la destrucción de gran parte de las infraestructuras petrolíferas de toda la región, con apocalípticas consecuencias económicas para todo el planeta, debido a la escasez energética y la subida generalizada en el precio de los carburantes.

Un alto mando de los Guardianes de la Revolución ha aprovechado esta coyuntura para advertir que no han utilizado todos sus recursos en esta crisis, insinuando que su flota de misiles, al menos en los primeros días de una hipotética guerra, puede alcanzar infraestructuras petrolíferas prácticamente en toda la zona del Golfo Pérsico.

Tampoco es descabellado pensar que, sea cual sea la mano que haya apretado el botón, además de una seria advertencia a Estados Unidos y sus aliados, el lanzamiento de misiles intentará torpedear el tímido acercamiento que se produjo entre Trump y el gobierno de Ruhani durante la cumbre del G7 en Biarritz, bajo los auspicios de Macron. Igual de significativo es que, cuando se estaba gestionando con el beneplácito de Estados Unidos, un crédito a Teherán para paliar los efectos del embargo entre la población y se comenzaba a hablar de reanudar el diálogo entre ambas partes, Alí Jamenei hiciera unas duras declaraciones rechazando cualquier tipo de conversaciones con Washington.

La situación para Estados Unidos se complica al ver cómo Turquía, uno de sus mejores aliados en la zona, consolida su alianza con Rusia y la República Islámica, hasta el punto de adquirir, en contra de la opinión de Estados Unidos, el sistema ruso de defensa S-400, lo que, a su vez, ha provocado la suspensión del programa para dotar a Turquía con la última generación de aviones de combate norteamericanos F-35.

En definitiva, el ataque a Abqaiq pone a la administración de Trump ante una realidad ineludible: el reforzamiento de Irán como potencia internacional. Ante esta situación y teniendo presente que Estados Unidos difícilmente va a cambiar su política anti-iraní, toca cambiar de estrategia y pasar de las posiciones retóricas mantenidas hasta ahora a otras más realistas para frenar el avance iraní en Oriente Medio.

Indudablemente, la fulminante destitución de John Bolton, que defendía directamente el bombardeo de Irán, como consejero de Seguridad, aleja el peligro de una guerra abierta, pero Trump también tiene que abandonar sus promesas electorales de retirar las tropas estacionadas en estos países, e intensificar la cooperación con quienes, como Arabia Saudí, los Emiratos Árabes e Israel, igualmente se oponen al aumento de la influencia de Teherán.

Tampoco hay que descartar una mayor implicación norteamericana en los bombardeos selectivos que Israel lleva realizando desde hace tiempo contra las fuerzas iraníes presentes en Siria e Irak, o multiplicar su apoyo a los grupos de oposición, lo que no excluye el riesgo de choques e incidentes puntuales, aunque los tambores de guerra sigan sonando todavía muy lejos.

FUENTE: Manuel Martorell / Cuarto Poder