Rojava: qué esperar cuando estás esperando

Un pensament però,

per aquells que estaran

junts a tots i tots junts…

Per aquells que ara estan

tan lluny però tan a prop,

tan a dins de nosaltres.

 

Aquells que fan possible

l’esperança de viure,

morint a cada instant.

(A la vida – Ovidi Montllor)

Caen bombas, se incendian campos, la muerte es una constante. Lo observo a través de Twitter y algún portal de noticias alternativo. Esa guerra no abre los telediarios aquí, en el ombligo del mundo. Se me encoje el corazón al pensar en las tres mujeres asesinadas hace unas semanas en Kobane. No hace tanto, tú estabas allí.

No hace tanto, un día cualquiera, de un verano cualquiera, sin duda más normal que este, estábamos en un aeropuerto cualquiera tratando de despedirnos de ti. No estábamos solas, aunque la soledad se asomaba como un presentimiento. Te marchabas a Rojava, tierra soñada durante mucho tiempo. Y nosotras te mirábamos, a ti y al resto de compañeras que también se marchaban.

Las despedidas en los aeropuertos siempre son complicadas, abundan los sentimientos encontrados. Aún más cuando el viaje no contempla billete de vuelta, cuando son a países en guerra permanente, cuando son a lugares donde se construye una revolución. “Apa, adéu! T’estimo!”, y un abrazo corto, demasiado corto.

De vuelta a casa, solo una pregunta me ronda la cabeza: y ahora ¿qué? ¿Qué esperar cuando estás esperando? ¿Qué esperar cuando se marchan las compañeras de este lugar donde la revolución que soñamos parece todavía muy lejana?

Se acostumbra a escribir y a leer el internacionalismo desde dos puntos de vista. Desde el de las internacionalistas que dejan sus casas para ir a luchar revoluciones que no son “las suyas”. Y la de los pueblos en lucha que las reciben. Pero… ¿qué pasa en las casas, los movimientos, las organizaciones de estas revolucionarias, cuando parten? ¿Qué cambios invisibles e imperceptibles suceden? ¿Cómo se vive una guerra que no ves, ni hueles, ni oyes, pero sientes bien en el fondo de ti?

Los aprendizajes son muchos, sin duda. La seriedad de tomar el propósito de hacer la revolución. La ética. El imprescindible papel de las mujeres. De mucho han escrito ellas, y de mucho tenemos que aprender nosotras todavía. Tenerlas a ellas allí, practicar el internacionalismo como cuando miles de revolucionarias vinieron a nuestra tierra respondiendo a un llamamiento para defender la libertad, nos permite a los movimientos y organizaciones vivir y profundizar en nuestro propósito revolucionario. Después de todos los mails, las preciadas notas escritas a mano que nos hacen llegar las compañeras que vuelven, las formaciones y educaciones aquí, las compañeras que sumamos día a día, vivimos tres grandes aprendizajes: vida, amor y verdad.

Sobre la vida

Cuando la vida puede acabarse en cualquier momento, es más vida que nunca. La vida. ¡Qué palabra! ¡Qué a la ligera nos atrevimos a convocarla aquí! Tan por supuesta que la damos, que se nos olvida que no es nuestra. ¡Todavía! Nos han desposeído de tanto, que ni la vida parece quedarnos. Aquí, en el centro del mundo, nos hemos olvidado del más importante de los aprendizajes. Para tener una vida en este capitalismo salvaje, tenemos que tomarla de sus manos. Construir una revolución para tener algo tan simple como nuestras propias vidas. Así que hizo falta que alguien a quien queríamos se fuera, y sintiéramos el miedo de no volver a verla nunca, de que ese abrazo demasiado corto del aeropuerto fuese el último, para sentir conscientemente la vida dentro de nosotras y querer defenderla.

Con el aprendizaje de la vida, vino el de la muerte. La muerte no como contrario de la vida, porque sabemos ya que lo contrario es el conformismo, la aceptación, la alienación. La muerte antes de morir, la vida sin vida que intentan imponernos aquí.

La importancia de la muerte, de las que mueren, de las que son brutalmente asesinadas por luchar. La muerte y las mártires como principio de lucha. Así ha sido como las şehîds*, de otro pueblo nos ha hecho recordar las nuestras de otra manera. Tomar conciencia histórica de todas las que estuvieron antes que nosotras, sentir la responsabilidad de seguir luchando. Cargarlas sobre nuestros hombros, sentirlas en nuestros corazones, para no poder dudar ni un segundo que el camino elegido es el correcto.

Sobre el amor

Cuando las potencias mundiales se ponen de acuerdo y se proponen, junto a Erdogan, acabar con la Revolución, y la vida es una cosa real porque la muerte es palpable, Rojava deja de ser una utopía. Ya no es una idea, ni una fotografía de mujeres convencidas que portan su arma y sonríen. Rojava es todo eso, y además, la gente de carne y huesos que existe, la lucha, la sufre, y deja a sus familias atrás. Son las hevals** que han abrazado a tu compañera estos meses. Y la quieren. Y a las que tú has aprendido a querer también, pese a que no las conoces. Porque empiezas a sospechar que el amor es algo más de lo que te han enseñado.

El amor enseñado depende de afinidades y gustos personales. De individuos que se relacionan entre sí y profundizan en relaciones regidas por los criterios capitalistas y patriarcales establecidos. En ellos la belleza, el capital cultural y económico, el género, e incluso la sangre, tienen un protagonismo principal, aunque escondido detrás de una normalidad que nos hace pensar que no hay amor posible más allá del que conocemos.

Pero has aprendido a querer a gente que lucha en las montañas a las que no conoces. Sin saber cuán simpáticas, guapas o inteligentes son. No son tus amigas, tampoco tu familia. Las has querido recuperando un amor que no es nuevo en el mundo, pese no ser el que acostumbrabas a construir. Ya lo explicaba el Che, podremos no ser parientes cercanos, pero si somos capaces de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo, somos compañeros, que es más importante.

Compañeras son ahora también todas aquellas que luchan en tu tierra, aunque no se organicen bajo las mismas siglas o consignas exactas que tú. El internacionalismo también nos regala eso. Se van las brigadistas y aquí siguen sus compañeras y organizaciones. A veces, la suerte y las ganas están de nuestro lado, y tenemos la posibilidad de encontrarnos. Gente que desconocíamos pasan a ser compañeras de batallas, de debates, de risas, de lucha.

Así es como el amor crece, porque ya no es una cuestión relacionada con la afinidad personal. Es una relación genuina y sincera que nace de la confianza y el aprecio a cualquier compañera de trinchera. Pese a la distancia física o temporal. Querer a todas las que se alzan, en cualquier lugar del mundo, en cualquier momento de la historia.

Las quieres porque le pueden dar los abrazos, las palabras de ánimo, las sonrisas que ahora no puedes darle. Y agradeces haber descubierto nuevos brazos y nuevas caras que te las dan aquí a ti. Así es como las compañeras se marchan a otros lados, y si sabemos mirar a nuestro alrededor, en vez de perderlas ganamos un nuevo puñado de ellas.

Sobre la verdad

A su manera, lo expresaba también Neo en Matrix: “Esta es tu última oportunidad. Después ya no podrás echarte atrás. Si tomas la píldora azul, fin de la historia: despertarás en tu cama y creerás lo que quieras creerte. Si tomas la roja, te quedarás en el país de las maravillas, y yo te enseñaré hasta dónde llega la madriguera de conejos. Recuerda, lo único que te ofrezco es la verdad, nada más”.

Pese a estar lejos (no tan lejos como nos hacen creer), ya no puedes desconectar de la cara más dura de este mundo salvaje. El de la muerte conscientemente planificada bajo el propósito meticulosamente calculado de acabar con cualquier esperanza de poder construir otra manera de vivir que escape la lógica del poder y la dominación.

Y no es que aquí no se sufra, no se pierda, no se muera en manos del mismo sistema. Quizás, simplemente, sentirlo de manera tan cruda y a la vez ver la firme convicción de una revolución en marcha, nos hacen querer escoger una y mil veces la pastilla roja.

La realidad de la guerra es sin duda esclarecedora. Su verdad se hace más que evidente: todo por la pasta. Pero también ayuda a aclarar la nuestra: todo por las nuestras. Y, a la vez, nos descubre otra verdad: allí han conseguido trabajar por ser libres a pesar de la guerra. Aquí vivimos una guerra invisible y convencidas de una presunta libertad vivimos a menudo sacándole lustre a nuestras cadenas.

¿Es posible ser más libre en la guerra, que en las modernas ciudades? Al saber cómo viven la vida allí, donde las palabras “comunidad”, “organización”, “amor por el pueblo y la tierra” o “mujeres libres”, son una realidad que se practica día a día, la respuesta parece ser sí. Pero no es una realidad ajena a la nuestra, porque pese a todo lo que hemos vivido, las abuelas siguen paseando de la mano y se sientan en bancos a descansar, las niñas juegan en las plazas, las vecinas se organizan para que nadie quede atrás. Pervive en nosotras la posibilidad de hacerlo diferente. Y es imprescindible que no olvidemos, que no desistamos en la búsqueda de esa verdad, nuestra verdad.

Mientras tanto, mientras no ganamos la guerra, que nos salve el amor, la verdad, la vida, y las ganas de defenderlas. Que las muertes y la resistencia nos guíen y no nos permitan desertar. Que las hogueras que los pueblos en lucha encendemos a lado y lado del Mar Mediterráneo no se apaguen nunca. Y que nos veamos pronto, para seguir luchando codo con codo.

Notas:

*Mártir, en kurdo. Hay toda una cultura respecto a las personas mártires muy fuerte en el movimiento kurdo, convirtiéndose en un elemento central de la lucha con constantes referencias a ellas o con la organización de las familiares de mártires como una de las principales instituciones populares de Rojava, por ejemplo.

** Heval, significa literalmente “amigo/amiga”, pero su significado dentro del Movimiento de Liberación del Kurdistán va mucho más allá, dado que se refiere a una relación enmarcada en la lucha revolucionaria y en la construcción de modelos de relación comunitarios alejados del patriarcado y el liberalismo. Podríamos relacionarlo con el concepto de “camarada” o más comunmente usado, aunque también con un significado más amplio, de “compañero/compañera”. La cuestión de la “hevaltî”, la camaradería, es central en el movimiento.

FUENTE: Joana Hernán / Buen Camino / El Salto Diario