Rojava: Por si no nos volvemos a ver

La compañera de las montañas, hablando de la amistad, de la hevaltî, decía que pensáramos en cómo no se iban a relacionar entre ellas desde la amistad cuando una es consciente que cada vez que ve a una compañera quizás es la última. Quizás ella caerá en una acción de la guerrilla, quizás caerás tú por el ataque de un dron, y nunca más os podréis volver a abrazar.

Unos comentarios que nos parecían muy lejanos. A nosotras, que siempre estamos criticándonos, que no vemos los defectos de las compañeras como defectos de los colectivos, y por tanto no creemos que sea nuestra responsabilidad cambiarlos, sino que nos damos por contentas diciendo cómo de mal está tal o cuál cosa para sentirnos superiores. A nosotras, que evitamos ver a tal o cuál compañera porque no nos cae muy bien, porque es muy egocéntrica, o se enrolla demasiado, o no tiene una conversación muy interesante. A nosotras, que ni siquiera muchas veces nos vemos y nos sentimos realmente como compañeras más allá de nuestra organización, de nuestra asamblea -y ni siquiera con todas las personas que las conforman-, y por eso no actuamos como tal.

A nosotras, que no pensamos que quizás ese día que nos despedimos hubiese sido el último en vernos. Pero de golpe la guerra estalla y recuerdas esa despedida, aquélla en que dijiste un tímido “nos vemos pronto”, mientras piensas que no hay para tanto con tanto abrazo y tanta parafernalia, que total nos vamos a ver en unas semanas. Bueno, más que pensarlo lo sientes así, te sientes incómoda porque aún las cortas distancias te asustan, no vaya a ser que tu armadura de hierro que te protege de un mundo donde se reciben tantas hostias se rompa un poco. Aunque después, para qué engañarnos, te pesa demasiado porque a través del hierro cuesta que entre el calor de los abrazos, y después de unos meses lejos de tu gente ha llegado el invierno.

Y de golpe cambio de planes, kilómetros de distancia, bombas cayendo y días esperando que tu compañera en el frente, esa de la que te despediste pensando que ibas a volver a ver en un par de semanas, te responda el mensaje de Signal. Responde, y el peso que se te quita de encima es toda la armadura que llevabas.

Y de otro golpe, atentados en Qamişlo, y tu compañero que se encuentra allí. Te viene a la memoria un abrazo que le diste (probablemente el único) al que él te respondió: “¡Pensaba que este momento no llegaría nunca!”.

Y un día, enterrando compañeras internacionalistas en el cementerio de Derîk, vuelves a ver a tu compañera del frente, y le robas todos los abrazos que puedes antes de que se marche, después de intercambiar demasiadas pocas palabras, que el tiempo en Rojava corre y seguimos en guerra.

Pero el tiempo pasa y lo volvemos a olvidar. Otro abrazo, de nuevo demasiado corto, demasiado frío, demasiado alejado aún de lo que nos decía la mujer de las montañas, y te marchas. La parada en Raqqa te lo hace recordar: un disparo a lo lejos corta por un segundo las bromas sobre la probabilidad de un ataque de los yihadistas y tú piensas que por qué narices estas lecciones no se nos quedan grabadas a fuego ni con estas (cómo si las cosas se aprendieran así de fácil y sin poner esfuerzo cada día en ello, ¡qué ilusa!).

Será que ni en el entorno más propicio es tan fácil recordar que la amistad es un regalo que aprovechar en cada momento, aunque sólo sea por si no nos volvemos a ver.

FUENTE: Aurora Picornell / Buen Camino / El Salto Diario