Rojava: ¿Cuál es ese punto al que ni siquiera queremos llegar?

Imagen: Guillem Valle / El Salto Diario

12:30 de la mañana, me encuentro en medio de un análisis interno, otro más, qué sorpresa. La cabeza, como en los últimos meses, me va a mil por hora. Distintas emociones, pensamientos, reflexiones, análisis y contradicciones me vienen en cada instante libre en el que no trato de entender lo que me están diciendo, o que no busco la palabra que quiero decir en mi pequeño diccionario de kurdo en el cerebro. Ahora, que sé la teoría y estoy viviendo la práctica, me siento directamente interpelada.

Llamo a mi colega de militancia en Barcelona por Signal, no tarda en contestarme, nos saludamos y a los dos minutos de llamada percibo que está demasiado contento, bueno, que está borracho… Pero espera, ¿qué hora es?, ¿qué día es? Es verdad que aquí la noción del tiempo se disipa, pero mi reloj Qasio marca la hora correcta, es domingo, vale, pero son las 12:30 de la mañana y el cambio horario es solo de una hora.

La conversación con mi colega dura poco, por un lado está borracho así que no merecerá la pena hacerle una explicación del conflicto interno que vivo; por otro, mis compañeras me esperan para ir con la juventud revolucionaria de la ciudad a un concierto del grupo de cultura con el fin de recaudar fondos para los desplazados de la guerra en Serêkaniyê y Gire Spî. Ahora sí, la cabeza me va a explotar, dos mundos distintos me vienen a la cabeza, dos realidades y yo me veo en medio.

Los recuerdos aparecen; yo también he estado en un parque bebiendo hasta las tantas del domingo, yo también he estado militando en un colectivo como el que tiene una tarea que cumplir, pensando que yendo a dos asambleas a la semana y haciendo alguna acción ya estaba cumpliendo con mi militancia; yo también he estado teniendo conversaciones en los bares sobre política, con cervezas en la mesa, creyéndome que así solucionaríamos el mundo. Militancia de ocio, militancia dentro del gueto, militancia para hacer amistades, militancias para crear nuestra propia zona de confort.

Pero aquí estoy viendo y viviendo cuál y cómo es el compromiso que han tomado muchas personas para luchar y defender la revolución; no es una militancia a medias, no es un compromiso con agenda, es una dedicación total, de por vida, 100%. No es una militancia de palabra sino de hechos, es darlo todo, sin peros, sin excusas. Por eso se ha llegado a construir un sistema democrático, por eso la revolución ha triunfado, por eso están siendo atacadas por los estados fascistas, porque se lo han tomado en serio, porque no ha habido medias tintas, porque han ido a ganar o morir, con compromiso, pasión, amor y confianza.

Y cuando se lo cuentas a tus colegas de Barcelona, te dicen que allí no es como aquí, que tampoco hace falta dedicarle tanto a la lucha, y que no quieren llegar al punto en el que tú estás. Pero espera, ¿en qué punto estoy yo? Yo no estoy en ningún punto, ¿no? Si yo no estoy para dar lecciones a nadie, ¿o es que no me habéis escuchado cuando os digo que tengo contradicciones? Pero entonces entiendo que lo que no quieren es llegar a cuestionarse su estilo de vida, estás bien así, estamos bien así. Al final, el mayor enemigo que tenemos somos nosotras mismas, es mejor no saber, no ver, así no tendremos que confrontarnos a nuestro liberalismo, menos trabajo que hacer.

¿Somos revolucionarias o estamos jugando a hacer la revolución? ¿Estamos dispuestas a cuestionarnos qué tipo de militancia y de vida llevamos? ¿Queremos reflexionar sobre eso o nos da miedo? ¿Cuál es ese punto al que ni siquiera queremos llegar? ¿Cuál es el compromiso real que tenemos?

Ese punto es el punto en que sabes que la única alternativa que tenemos es luchar, que vivir es luchar. Ese punto es en el que sino adquieres el compromiso necesario no te va a dejar dormir plácidamente. Ese punto es en el que no eres capaz de omitir la realidad. Ese punto es el que no tiene vuelta atrás y, en ese punto, puedes elegir entre seguir jugando a hacer la revolución o intentar hacerla, pero en ese punto tienes que elegir.

Ese punto es el que me provoca taquicardia, adrenalina, incerteza, miedo, felicidad, porque cuando llegas a ese punto sabes que no serás la misma persona que salió del aeropuerto del Prat hace unos meses.

Ese punto es en el que, elijas lo que elijas, no habrá vuelta atrás.

Siempre puedes no actuar, cerrar los ojos, pero los recuerdos vendrán y te sacudirán fuerte, cargados de momentos, cargados de emociones. No podrás escapar de lo que sentiste aquella noche en la ciudad de Raqqa, en la que estabas convencida que por tus compañeras dabas la vida. No podrás olvidar los cementerios llenos de tumbas donde florecen flores, las barricadas de Kobane; vendrán a tu cabeza las niñas de Afrin que conociste en el campo de refugiados, verás las heridas de las bombas, el odio y la rabia. Recordarás el ruido de los drones, el contener la respiración, el dormir con la ropa de calle puesta y el sonido de la primera explosión, y el miedo. Volverás a ver ese coche con los snipers camuflados festejando su marcha al frente, y las lágrimas de emoción, los patrols americanos dejando la zona, las madres que todo lo pueden, las jóvenes que se han dejado la piel, los árboles plantados por los mártires caídos, las despedidas con eslóganes y lágrimas, el compañerismo, la amistad, el amor, y si aun así, si consigues omitir todo eso, y si aun así consigues vivir como si nada de eso hubiera pasado y vuelves y te encuentras a ti misma un domingo a las 12:30 de la mañana borracha, ¡ay amiga!, entonces tendrás que ponerte seria y evitar encender hogueras por la noches, escuchar una guitarra, cantar Abril 74, y sobre todo evitar mirar a la luna en las noches en las que esté llena.

“Companys, si busqueu les primaveres lliures

amb vosaltres vull anar

que per poder-les viure

jo me n’he fet soldat”.

La muerte

FUENTE: Elisa Fuentes / Buen Camino / El Salto Diario