Sin apenas llamar la atención por jugar en los “patios traseros” de la Unión Europea (UE), sin apenas llamar levantar polvo ni molestar, Turquía se ha erigido como el régimen militar expansionista que amenaza con alterar la “pax Mediterránea”. Pero Erdogan está apostando demasiado fuerte, y busca consolidarse como el mayor poder regional sin importarles los enemigos que hace en el camino.
Hasta ahora, el presidente turco podía bombardear Irak, invadir el norte de Siria, mantener la ocupación de Chipre, hacer de Azerbaiyán un protectorado enfrentado a Armenia o apuntalar a los Hermanos Musulmanes en Libia, porque, no nos engañemos a pesar de discursos y sanciones, son países que apenas importan a la mayoría de Europa. Pero esta vez en el Egeo, yendo más allá de las tensiones cíclicas con Grecia, desde Ankara han decidido desafiar directamente el orden establecido por la Unión Europea. ¿La razón? Reservas de gas natural: la parte más jugosa del pastel que ofrece el Mediterráneo Oriental. Un recurso especialmente atractivo para el Estado turco, que podría reducir su dependencia de Rusia, Qatar y Argelia, abriendo asimismo la puerta al mercado unioneuropeo. Y es que Turquía ya ha encontrado 320.000 millones de metros cúbicos de gas en el Mar Negro, pero expandir su dominio del Mediterráneo cortando un posible gaseoducto entre Israel y Grecia, además encontrando más recursos, convertiría a la joven República de Turquía en una indiscutible potencia gasística.
El expansionismo del turco, que innegablemente apuesta con un all-in por sus intereses, despertando un gran fervor patriotero en las masas embaucadas por las arengas neo-otomanas, se traduce en una diplomacia agresiva, de tono violento, más belicista que nunca, para desviar la atención de una economía a la baja (contrayéndose un 9,9 % en apenas tres meses), donde algo remotamente parecido a tiempos de bonanza es cada vez más imposible. Y es que con la economía a la baja, también han terminado los tiempos de bonanza del partido AKP de Erdogan, cuya hegemonía cada vez está más en entredicho en los núcleos urbanos.
El discurso de Erdogan ya no diferencia amigos de enemigos, aliados de rivales, socios de adversarios. Y así, el presidente turco no duda en dirigirse a Francia y cualquier otro aliado de Grecia en los términos más provocadores, afirmando que “Turquía no permitirá ni la piratería ni el bandolerismo en el Mediterráneo y el Egeo”. Asegurando además que “Turquía tiene el poder suficiente para, desplegando su armada, frenar a cualquiera que pretenda apropiarse de sus derechos e intereses”. Del mismo modo, según el medio alemán Die Welt, Erdogan habría propuesto a sus generales hundir buques griegos y derribar sus aviones de combate. Por suerte, a pesar de las purgas tras el fallido golpe de Estado de 2016, todavía queda algo de sensatez en el estado mayor turco, que rechazó estas propuestas. Y en este momento es necesario precisar que la soberbia del Estado turco para con el mundo no es algo exclusivo de Erdogan y de fanáticos nacionalistas y/o neo-otomanos. Septiembre empezó con el portavoz del Partido Republicano del Pueblo (CHP), la oposición secular kemalista, alertando a Europa de que “no debía involucrarse” en el asunto griego. Una oposición kemalista y secular, izquierdista solo en la forma, que ya antes dio su beneplácito para la invasión del norte de Siria (exceptuando el sector pro-kurdo más cercano al HDP-Partido Democrático de los Pueblos). El del Estado turco es un nacionalismo depredador.
Pero abarcar demasiado, confiando en la disuasión militar, deja de ser funcional cuando los vecinos se unen en tu contra. Ante la amenaza neo-otomana, Grecia, Chipre, Egipto e Israel han optado por unirse. Emiratos Árabes Unidos (EAU) también se ha unido a los israelíes y por siguiente a los griegos. Josep Borrell ha dejado clara la solidaridad de la Unión Europea con Grecia y Chipre, y mientras Turquía despliega barcos militares en el Egeo, los helenos se unieron a bielorrusos, armenios y rusos en los juegos militares que han tenido lugar entre el 23 de agosto y el 2 de septiembre en Armenia; momento que el viceministro de Defensa ruso, Alexander Fomin, aprovechó para reafirmar la cooperación militar ruso-griega. A pesar de discursos belicistas y declaraciones subversivas, en Ankara saben que no tendrían posibilidades de salir vigorizados de un conflicto en el Mediterráneo Oriental.
Citando la Convención Nacional de Francia de 1793 (aunque también podría tratarse de Stan Lee, por qué ocultarlo): “Se debe contemplar que una gran responsabilidad es el resultado inseparable de un gran poder”. Y es indiscutible que, desde 2014, Recep Tayyip Erdogan ha logrado aglutinar un enorme poder en Turquía, pero carece de la responsabilidad necesaria para gestionarlo. El que de otro modo habría sido un líder de obligado estudio en escuelas militares, el hombre que salido de un barrio obrero, logró reformar el sistema turco para convertirse en 2018 en el líder de un sistema personalista (desde 2017), ahora ha perdido completamente el control de la situación.
La paranoia y el terror son una herramienta útil cuando hay un poder que sostiene el autoritarismo, mantiene el orden y sacia al pueblo con pan. Pero la falta de un plan a largo plazo, los problemas sociales y demográficos de los refugiados sirios en suelo turco, el aislamiento regional de acuerdo a decisiones erráticas, y la crisis económica amenazan los cimientos que mantienen el sultanato.
Erdogan debe hacer frente a un dilema que le puede costar muy caro. Citando su discurso en la inauguración del Año Judicial 2020-2021, en el Centro de Convenciones y Cultura de la Nación de Bestepe, en Ankara, este mes de septiembre, el presidente turco busca lograr “el ascenso de Turquía” acaparando las riquezas del Mediterráneo y desencarcelando el país.
Sin embargo, estas aspiraciones se ven truncadas por una fractura social que, poco a poco, se gesta en el seno de la República, con una incipiente crisis económica a la que el gobierno ni pone solución ni parece que hacerlo sea su prioridad.
Hasta ahora, los turcos han encontrado un puente de plata para cruzar toda línea roja, gracias a unos Estados Unidos que no quieren involucrarse y una Unión Europea incapaz de hacer nada más allá de repetir lo mucho que le preocupa todo. Porque la misma UE, que se apresura para sancionar a Siria, Bielorrusia o a quién toque, ante Turquía solo se aventura a pedir diálogo ignorando las continuas amenazas esgrimidas por Ankara. Una UE que, de acuerdo a los intereses alemanes, ante los problemas locales entierra la cabeza como los avestruces como si no existiesen. Una UE en la que, por el momento, solo Francia muestra tener el empaque de hacer frente a los turcos en Grecia y el Líbano. Mientras, Turquía seguirá peleando por sus intereses nacionales aunque para ello deba adoptar una política depredadora de confrontación. No libre de retos a los que hacer frente, Turquía se ha convertido en el gran poder regional.
FUENTE: Alberto Rodríguez García / Russia Today