Nuevas reglas de juego en el Kurdistán sirio

El acuerdo que el miércoles pasado anunciaron Turquía y Estados Unidos es probablemente un gran globo, otro más, que se pinchará más pronto que tarde ya que no tiene en cuenta el problema de fondo del norte de Siria, donde los kurdos, apoyados por Washington, se han hecho fuertes gracias a la presencia de las tropas estadounidenses y a costa del gobierno de Damasco.

La misma ambigüedad del anuncio cuestiona unos objetivos que no se aclaran en lo más básico. De entrada, no se determina la amplitud de la zona segura que se crea en virtud del pacto. Los turcos exigían una anchura de hasta 40 kilómetros mientras que Estados Unidos quería solo 15 kilómetros. Tampoco se especifica de qué manera se controlará por parte de Turquía y Estados Unidos, lo que pone en entredicho su aplicación.

Además, Ankara no oculta su intención de desplazar a esa zona a parte de los cuatro millones de refugiados que ha acogido en los últimos años, y que en su inmensa mayoría son étnicamente árabes y no kurdos. Si esa implantación de población árabe en el Kurdistán sirio se concreta, se crearán nuevos problemas sin resolver los ya existentes.

El impreciso acuerdo llegó menos de tres días después de que el presidente Recep Tayyip Erdogan lanzara su más reciente ultimátum para invadir el Kurdistán. Erdogan, probablemente con razón, vincula a los kurdos sirios con el PKK turco, una organización a la que considera terrorista y que opera en Turquía, a menudo desde bases en el norte de Irak y en el norte de Siria.

El embrollo del Kurdistán sirio es de grandes proporciones y pone al presidente Donald Trump en una situación complicada, ya que al mismo tiempo es aliado de los kurdos sirios y de Turquía. Washington, que impulsó sin ninguna cortapisa las revueltas contra el gobierno de Damasco a partir de 2011, especialmente a través de su embajada en la capital siria, y también por otros medios, anunció hace unos meses, en diciembre, que retiraría inmediatamente a sus tropas del país.

Sin embargo, Trump rectificó sus planes poco después y decidió mantener a parte de los soldados en Siria, un nuevo error de consecuencias imprevisibles que ahora ha conducido al ambiguo acuerdo con Erdogan. Además del Kurdistán, Estados Unidos mantiene una base en el sur de Siria, pegada a Jordania, donde entrena a rebeldes que operan contra el gobierno de Damasco realizando a menudo operaciones de sabotaje y terrorismo, según denunció hace unos días el ministerio de Defensa ruso.

En el Kurdistán sirio existe un cinturón de población árabe que el gobierno de Damasco creó en los años sesenta y setenta. La población sigue siendo mayoritariamente kurda, pero buena parte de ella es de origen turco, es decir refugiados del Kurdistán turco que en el siglo XX buscaron acomodo del otro lado de la frontera.

Los kurdos sirios probablemente habrían llegado a un acuerdo con el gobierno de Damasco de no ser por la injerencia de Estados Unidos, que ha alentado sus aspiraciones nacionalistas. La injerencia de Estados Unidos se ha fomentado desde Israel, un país que promueve la inestabilidad regional por todas partes en Oriente Próximo.

El último jueves el gobierno de Damasco ha rechazado el acuerdo entre Turquía y Estados Unidos calificándolo de agresión contra su soberanía e integridad, informó la agencia oficial SANA. No obstante, Damasco poco puede hacer mientras en el Kurdistán haya tropas de Estados Unidos. Se trata de una condena que no sorprende pero que no puede ir más allá de las palabras.

Desde el estallido de las revueltas en marzo de 2011, Siria se ha convertido en un teatro predilecto para la intervención directa o indirecta de todo tipo de países. Además de Rusia e Irán, que han sido invitados por el gobierno de Damasco, hay presencia directa o indirecta de Turquía, Estados Unidos, los países árabes “moderados”, y por supuesto Israel, eso sin contar con las intervenciones europeas, que tampoco han faltado.

Es muy difícil pronosticar en qué dirección avanzará el conflicto puesto que eso dependerá de la voluntad de las potencias que intervienen en el mismo, teniendo en cuenta que el número de potencias es muy numeroso y no se reduce a Turquía, Estados Unidos y Rusia. En cualquier caso, estos tres países están inmersos en serios problemas en Siria.

Lo que sí puede adelantarse es que la “zona segura” que turcos y estadounidenses han prometido crear cerca de la frontera no va a resolver el conflicto y tiene muchos números para agravarlo aún más. Erdogan, que también alentó las revueltas en Siria y que luego ha intervenido directa e indirectamente en el conflicto, lleva tiempo pagando por sus graves errores políticos.

Por su parte, Trump sabe que si retira a sus tropas, los kurdos buscarán el apoyo de Damasco. Esta sería la salida más natural del conflicto, pero cuando Trump rectificó el anuncio de diciembre de retirar las tropas, ya lo sabía. También sería humillante para Washington ver a tropas rusas entrando en el Kurdistán a petición de los kurdos. Aquel anuncio de Trump en diciembre fue mal recibido en Israel, un país que mantiene excelentes relaciones con los kurdos de Irak y de Siria, y que prefiere la situación actual a que Damasco tome el control del Kurdistán.

La intervención militar de Estados Unidos se hizo con el entendimiento de que después vendrían inversiones para desarrollar y reconstruir las zonas afectadas por la guerra, pero el tiempo ha pasado y el dinero que prometió Washington no ha llegado ni para la ciudad de Raqqa ni para el este del Kurdistán liberado del Estado Islámico.

Para los kurdos, el anuncio del miércoles es causa de vergüenza puesto que una y otra vez se habían opuesto a una presencia de tropas turcas cerca de la frontera. Los kurdos podrían haberse beneficiado con una autonomía si Estados Unidos hubiera salido de la zona y los kurdos hubieran pactado con Damasco, pero ahora eso parece demasiado lejano.

FUENTE: Eugenio García Gascón / Público