¿No sería de actualidad juzgar a Daesh internacionalmente?

La propuesta de los kurdos de Siria a la comunidad internacional de juzgar a los criminales de Daesh en el mismo lugar de sus crímenes, mediante la creación de un Tribunal Especial, no son simples palabras vacías, sino poner las cartas sobre la mesa.

Esta propuesta de las fuerzas que han contribuido de forma decisiva al fin de la existencia militar del Estado Islámico, concretamente las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), ha generado un gran número de debates, declaraciones y artículos de prensa. Los Jefes de Estado se han visto obligados a expresar un primer punto de vista. Esta propuesta, que sigue a la falta de respuesta de los estados afectados por la repatriación de los combatientes yihadistas que ahora son prisioneros, avergüenza a todo el mundo.

La primera petición de los combatientes anti Daesh y de las estructuras de la Federación Democrática del Norte de Siria -no reconocida oficialmente pero interlocutora de la “coalición”-, que quedó apenas sin respuesta, fue una llamada de atención para que los estados de origen de estos ciudadanos que se habían incorporado al Estado Islámico se hicieran cargo de ellos. Esta petición de sentido común suponía ya la necesidad de una discusión, así como de respuestas alejadas de argucias y regateos respecto a unos niños.

El cuidado de estos prisioneros de Daesh, que son mucho más que niños, no puede seguir recayendo sobre las poblaciones locales y dificultar aún más sus dificultades de supervivencia en este estado de guerra siempre presente. Las continuas amenazas del régimen turco de cruzar la frontera para “destruir” a las YPG refuerzan la urgencia de una respuesta.

Sin embargo, ha sido una especie de gran “sálvese quien pueda” lo que ha servido como respuesta a la política internacional.

La emergencia internacional se maneja sobre el terreno con la recepción de refugiados de alto riesgo, campamentos superpoblados, cárceles kurdas abarrotadas, confinamientos temporales, cada “servicio” identifica a sus nacionales, se cuenta a los muertos. La insuficiencia de los recursos desplegados y la falta de coordinación real permitirán el paso de los delincuentes, y probablemente no sean de bajo nivel. Esta política, asentada en Europa conocida como seguridad mediante el rechazo de los “repatriados”, reforzará de hecho a Daesh a corto plazo; estemos seguros de ello. Por el momento, también refuerza a los partidarios del orden de seguridad y del repliegue xenófobo en el continente europeo.

La “coalición” siempre ha sido de circunstancias en lo que concierne a la guerra en Siria. Era de geometría variable, políticas variables, logística variable, y sin objetivos para un futuro de la región que no fueran los intereses de ambas partes. Sigue vacilando frente al obstáculo. Nada nuevo.

Por eso, aunque haya muchos argumentos jurídicos en su contra, todos ellos admisibles, la propuesta de un Tribunal especializado es, sin duda, la de una inteligencia política.

Pero la inteligencia de una propuesta no garantiza que se asuma o incluso se estudie, y en tal caso, que sea legalmente aceptable en el estado de las relaciones internacionales.

Reunirse para decidir sobre algún tipo de Nuremberg para la guerra en Siria e Irak es un reto, es cierto. Esto obviamente duplicaría cualquier mesa de negociación en Ginebra. Llegar a un acuerdo sobre su establecimiento y sus considerandos ya sería más de la mitad del camino para sentar las bases de una futura negociación de paz garantizada por las Naciones Unidas. Aquí podemos soñar. Porque las recientes “cumbres” son rusas, iraníes y turcas, con la aprobación de Trump, y han dado lugar a amenazas más que a la paz.

Reducir el alcance de los crímenes a Daesh, con todos los calificativos que se puedan añadir, incluso a la palabra genocida, también sería insultar a la historia.

¿Y por qué no habría de crearse este Tribunal?

Una corte internacional define legalmente de facto la historia oficial, incluso si su papel es ante todo el de juzgar a los criminales.

Y no se puede decir hasta ahora que, desde el caso de la antigua Yugoslavia, pasando por Ruanda y la acción general del Tribunal de La Haya, los resultados sean convincentes, independientes y libres de compromisos políticos falsificadores en algunos aspectos. Los historiadores todavía tienen un largo camino por recorrer para establecer una narrativa aceptable.

En Ruanda, para las víctimas, los supervivientes del genocidio, la resistencia sobre el terreno es más fuerte y eficaz que las decisiones de la justicia internacional, que es necesaria. En el caso de la antigua Yugoslavia, pocos recuerdan la extrema dificultad de crear el Tribunal, su financiación y los obstáculos políticos que existían entonces en Europa. Desde entonces ha juzgado, pero sin subrayar, salvo por su horror genocida, las responsabilidades políticas y las consecuencias que aún quedan. Las novelas sobre la antigua Yugoslavia, de izquierda a derecha, se pueden desarrollar a voluntad.

Es evidente que, en la mayoría de los casos, la “justicia humana”, incluso con la mejor de las intenciones, se basa en las relaciones de poder, los contextos políticos y el deseo de enterrar en el inconsciente de la historia la responsabilidad colectiva por los crímenes cometidos. Ni siquiera debe ser rápida ni parcial.

Aquí, en este caso, la actual respuesta negativa de Trump tiene el mérito de ser clara. Se apoya sobre dos pies. El primero es puramente financiero y logístico, y esto frenaría su retirada; el segundo, en definitiva, es evitar desenterrar los fantasmas de la intervención en Irak.

En cuanto a Francia, como viene haciendo desde hace varias décadas, es “reservada”. Aparte del sketch de Coluche, no es difícil entender que sea necesario aclarar los acontecimientos políticos en torno a la cuestión de Bashar Al Asad, por ejemplo, que ha sido recurrente durante una década. El presidente francés también necesita serenidad con su derecha xenófoba y segura, con una ictericia que no sana.

La Europa de las naciones soberanas está al unísono, “cada uno con su propia mierda” y las armas se venderán bien.

Un eslogan decía “vuestras guerras, nuestros muertos”. Sin embargo, no era de un pacifista balbuceante, e incluso fue asumido por los combatientes internacionalistas que se unieron a las fuerzas kurdas, considerando que podía ser asumido de nuevo en el acto y encontrar allí una justificación. Estos combatientes sabían qué coalición estaban formando, a diferencia de las políticas imperialistas en la región, y por qué proyecto de futuro estaban luchando. Han pagado un precio por la guerra, y sólo pueden observar que los procesos en curso en Rojava están más que nunca amenazados, aún por un arco internacional que mantiene las brasas por su cuenta.

Estas presiones políticas y/o militares se suman a un estado de creciente y probada precariedad en el norte de Siria, como consecuencia de los bloqueos, la guerra e incluso las condiciones climáticas. Ocultar la preocupación que generan por el futuro del proceso democrático, con negociaciones forzadas con el régimen sirio como consecuencia de la amenaza turca, sería esconder la cabeza en la arena y perder el apoyo necesario, a favor de la mera propaganda, con los ojos cerrados.

Cualquier proyecto político se defiende con los ojos bien abiertos, ¿no?

A diferencia de los “finales de la guerra”, en los que el enemigo identificado es derrotado, en tierra y sin sangre, la situación en Oriente Medio sigue siendo la de la ausencia de una visión de paz para sus pueblos, incluso después de la desaparición territorial de Daesh.

Juzgar a los delincuentes sin tener acuerdos sobre el delito, su alcance, sus patrocinadores y cómplices, para definir los contornos mínimos del Tribunal que los juzgaría, es un problema. De repente, ya no es un tema de actualidad para el orden del día. Y Putin no lo proveerá.

Hacer la pregunta como hacen los kurdos, por otro lado, es hacer la pregunta de la Paz, que necesariamente debe ser garantizada para poder llegar un día a un pacto de vida común en Oriente Medio.

FUENTE: Daniel Fleury / Kedistan / Traducido por Rojava Azadi Madrid