Conocí a Mehmet Aksoy el 14 de abril de este año en Hamburgo (Alemania). Mehmet era editor de Kurdish Question (Cuestión Kurda), una de las páginas más importantes de habla inglesa vinculada al Movimiento de Liberación Kurdo. Era, además, periodista, productor cinematográfico, militante, combatiente, una persona profundamente vinculada a su pueblo. De estatura mediana, cabello rizado por el que asomaban varias canas, sonrisa generosa, cariñoso como pocos, sus brazos quedaban cortos para abrazar. Ese era Mehmet, o Fîraz Dağ -nombre de guerra-, un kurdo inigualable, como tantos otros.
Este 27 de septiembre despertaba con un mensaje llegado desde Estambul. Una amiga y compañera, con profunda tristeza, me hablaba de la muerte de alguien muy querido. Ese alguien era Mehmet, el Mehmet que conocía. No lo podía creer. La oficina de prensa de las Unidades de Protección Popular (YPG) emitió un comunicado de prensa donde se confirmaba la muerte de Mehmet en Raqqa (Siria) durante la operación “Ira del Éufrates”, dirigida por las Fuerzas Democráticas Sirias (QSD) contra la capital del Daesh (ISIS).
Mehmet había viajado desde Londres -originario de Bakur (Kurdistán ocupado por Turquía), vivía en el Reino Unido desde pequeño- a Rojava (Kurdistán sirio) para cubrir la liberación de Raqqa. No obstante, su actividad política y periodística fue constante desde temprana edad. Cumplió un importante rol mostrando al mundo la resistencia en Kobane (2014), los horrores de Şhengal (2014) cuando el Daesh masacró y esclavizó a la población yazidí, así como el modelo propuesto por el Movimiento de Liberación Kurdo, el Confederalismo Democrático, y su apuesta por la liberación de las mujeres como piedra angular.
A Mehmet lo asesinó el fanatismo del Daesh, cuyos orígenes se rastrean desde la división colonial de Oriente Medio por los intereses occidentales tras la Primera Guerra Mundial; también lo hicieron el capitalismo, el Estado, el patriarcado, elementos indisociables de esa gran bestia contra la que Mehmet luchaba con todas sus fuerzas. Sabía perfectamente que la lucha de su pueblo no era una lucha particular, sino que se encontraba hermanada con otros pueblos. Como él diría, “el sistema que nos oprime es global. El sistema que nos oprime está unido y solidario entre nosotros. Así que tenemos que ser solidarios unos con otros contra el mismo sistema que nos oprime”.
En este punto recuerdo claramente cuando le dije que Latinoamérica y la historia de nuestros pueblos originarios no eran distinta a la del pueblo kurdo: ambos veníamos de sociedades agrarias, celebrábamos mitos en iguales fechas, el 21 de marzo –año nuevo- para ellos se llamaba Newroz mientras para nosotros era Mushuk Nina; nos habían colonizado e invadido, incas, españoles, otomanos, persas y ahora occidente. Habían puesto líneas imaginarias sobre nuestros pueblos, nos habían obligado a luchar los unos contra los otros. También teníamos montañas, altas, poderosas e imponentes; nosotros Los Andes y ellos los Zagros y Tauros.
Recordando nuestras montañas, le dije que los kurdos se equivocan al decir que no tienen más amigos que sus montañas, porque lejos del Kurdistán existen otros pueblos que consideran su causa tan suya como nuestra, que nuestros corazones estaban con los suyos y que en el caso de ser necesario nuestras manos también. Mehmet sonrió, dijo que la próxima vez que nos veríamos sería en el Kurdistán; en ese entonces era 29 de abril.
Disciplinado, comprometido, profundamente humano, mártir de la humanidad. Querido Mehmet, te recordaremos luchando por un mundo mejor, lo haremos hasta vencer.
FUENTE: Carlos Pazmiño/Kurdistán América Latina