Madres de los Sábados: más de tres décadas buscando a los desaparecidos

La policía turca impide que las Madres del Sábado celebren su 700ª semana de protestas y detiene a 32 miembros de este colectivo que exige conocer el paradero de cientos de personas desaparecidas bajo custodia policial.

Este sábado iba a cumplirse la protesta número 700 de las Madres del Sábado, colectivo fundado en Turquía a semejanza de las Madres de la Plaza de Mayo argentinas para exigir información sobre el paradero de centenares de “desaparecidos” bajo custodia policial en las últimas décadas, fundamentalmente tras el golpe de Estado de 1980 y durante la guerra sucia de los noventa. Por eso Maside Ocak, una de las líderes de la organización, había pasado la semana muy atareada, elaborando pancartas, atendiendo a los medios, buscando un vehículo con megafonía… Todo ha sido en vano. Poco antes de que se iniciase la manifestación llegó una directiva de la prefectura de Beyoglu (Estambul) que la prohibía. La policía tomó posiciones en la avenida Istiklal y se llevó detenidas a 34 personas, varias de ellas personas de avanzada edad, como la madre de Maside, Emine Ocak, de 82 años.

Emine Ocak fue la última de su familia en escuchar la voz de su hijo Hasan. Fue un 21 de marzo de 1995. “Compro pescado y voy para casa”. Era el cumpleaños de su hermana pequeña, y amigos y familiares se reunirían para celebrarlo. Y, como en los días de fiesta, se comería pescado. Pero Hasan Ocak no llegó a casa esa noche. Tampoco la siguiente ni la siguiente.

Era la época en la que los Renault 12 de color blanco se convirtieron en instrumentos del terror. Que una persona fuese introducida en uno de esos vehículos, conocidos por los turcos como Beyaz Toros, podía significar no volver a verla jamás. Pues ese era el método que utilizaban unidades secretas de la Policía, la Gendarmería o el Ejército, siguiendo órdenes de más arriba o a veces por su propia cuenta, para dar el paseíto a todo aquel considerado enemigo de la patria. Enemigos de la patria había muchos: izquierdistas, sindicalistas, periodistas, nacionalistas kurdos… Poco antes de la desaparición de Hasan Ocak, habían ocurrido los disturbios de Gazi, un barrio estambulí en el que fue tiroteado un café de la minoría aleví (seguidores de una versión heterodoxa del islam y generalmente defensores de la izquierda), lo que motivó una revuelta durante días. Hasan Ocak estaba involucrado en movimientos izquierdistas -había sido detenido un par de veces- y era aleví.

La familia se movilizó durante 55 días para dar con el paradero de Hasan hasta que “casi por casualidad” -relata Maside Ocak- dieron con su ficha en la morgue. Su cadáver había sido hallado en un bosque y enterrado en el cementerio de Los Que No Tienen a Nadie, adonde van a parar los cuerpos no reclamados. Ordenaron su exhumación y descubrieron que “había sido torturado sistemáticamente, media cara estaba desfigurada”. Pero nadie fue condenado por este crimen.

La rabia por la injusticia sufrida llevó a Emine y Maside a contactar con otras madres y familiares de desaparecidos: fue así como nació el movimiento de las Madres de los Sábados, pues ese día de la semana se reunían frente al Liceo de Galatasaray de Estambul enarbolando las fotos de aquellos a los que buscaban y el lema “¿Dónde están los desaparecidos?”. “Al principio éramos las familias de 5 o 6, luego comenzaron a sumarse más y más”, explica Maside Ocak.

Las protestas continuaron hasta 1999, cuando la represión policial, la detención de sus miembros y el miedo, les hicieron suspenderlas. Diez años más tarde las retomaron: entonces se habían iniciado los juicios de Ergenekon contra supuestas tramas golpistas del llamado Estado Profundo. “Tratamos de presentarnos como acusación particular, porque entre los imputados había gente de la que sabíamos que había estado involucrada en la política de desapariciones, pero no nos lo permitieron”, lamenta Maside Ocak. Desde 2009, no han fallado una sola semana a su cita, lloviese o nevara. A las madres -ya mayores- les han sucedido sus hijas, las hermanas y esposas de los desaparecidos.

La Asociación Derechos Humanos (IHD) de Turquía ha recabado pruebas de 757 personas “desaparecidas” bajo custodia policial. De la mayoría no se ha vuelto a tener noticia: en tres décadas sólo se ha recuperado medio centenar de cadáveres. De nada han servido los cambios de gobierno. “Las desapariciones han sido una política de Estado para generar miedo y acabar con quienes se le oponen. Reconocer la existencia de estas prácticas es reconocer la culpabilidad del Estado”, opina Maside Ocak. Tampoco han servido de mucho las varias condenas emitidas por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos contra Turquía por no investigar lo suficiente estos casos. “Si hay sentencia europea, el Estado está obligado a pagar una indemnización. Pero no queremos dinero, queremos saber dónde están nuestros familiares”, se queja Ikbal Eren.

Su hermano, Hayrettin Eren, fue detenido por su militancia izquierdista dos meses después de que los generales turcos tomasen el poder en 1980. “Mis padres acudieron a la comisaría de (el barrio de) Karagümrük y allí comprobaron en la hoja de registros que lo habían enviado a la jefatura de Gayrettepe -cuenta Ikbal Eren-. Pero en Gayrettepe les dijeron que no lo tenían. Regresaron a Karagümrük para preguntar de nuevo y la hoja de registro en la que estaba apuntada su detención había desaparecido. Les dijeron que mi hermano nunca había estado ahí”. Comenzó entonces para los padres una peregrinación por todas las comisarías, hospitales y prisiones de la ciudad. Hayrettin Eren no aparecía, ningún funcionario lo había visto.

“Un día mi madre volvió a Gayrettepe y vio en el exterior el vehículo que conducía Hayrettin el día que fue detenido. Se alegró porque pensó que por fin podría verlo”. Pero la respuesta fue la misma de siempre: “No lo tenemos nosotros, sigue en busca y captura”. La echaron de malos modos y el coche desapareció del lugar.

En 1985, cuando la Junta Militar había dado paso a un gobierno elegido democráticamente, la familia Eren trató de llevar el asunto a los tribunales. Tenían en sus manos la declaración jurada de testigos que habían visto a Hayrettin en la Jefatura de Policía de Gayrettepe. Pero la respuesta que les dio el fiscal les cerró todas las vías: “Si abro una investigación perderé el puesto y el resto de sus hijos no estarán seguros”.

Han pasado 38 años de la desaparición de Hayrettin Eren y sus familiares no han podido cerrar el duelo. “Mi padre murió en 2010. Es triste, pero es ley de vida. Visitamos su tumba y lo recordamos”, explica Ikbal Eren con la voz rota: “Con mi hermano es diferente. A veces veo a alguien que se le parece en la calle y lo sigo. La casa de mi madre sigue tal cual como entonces y siempre guardamos la secreta esperanza de que un día se abrirá la puerta y aparecerá él”.

FUENTE: Andrés Mourenza / El País