Los periodistas kurdos no se pliegan ante Erdogan

Salvo contadas excepciones, los medios turcos más importantes del país se han rendido a las presiones de Erdogan. Son los periodistas kurdos los que, pese sufrir la persecución de la Justicia, continúan mostrando la otra realidad de Kurdistán Norte que el Gobierno trata de ocultar.

El mismo día en el que el Estado turco volvió a bombardear las posiciones del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) en Qandil, las noticias de la agencia pro-kurda DIHA ya no se podían leer en Turquía sin una red privada virtual. El periodista Ömer Çelik supo al instante que los reporteros kurdos se habían vuelto a convertir en enemigos del Gobierno, y vaticinó que la esencia de la vieja Turquía regresaría a medida que el conflicto se recrudeciera. Su instinto, propio de quien nació en Lice, una de las regiones más castigadas por el Estado, no erró, y en el último año muchos de su compañeros han pasado por comisaría. Nueve de ellos aún continúan encarcelados a la espera de juicio acusados de “propaganda terrorista”.

“Era algo de esperar tras la ruptura del proceso de diálogo. El Partido Justicia y Desarrollo (AKP) está utilizando las mismas técnicas de los años 90. Ahora no nos matan en la calle, aunque todo puede llegar a suceder en este país. Nosotros seguimos sin usar las armas. No luchamos. Nuestra posición es la de un periodista; un periodista kurdo”, asegura Çelik en la sede de DIHA en Diyarbakir.

Ser periodista en Anatolia siempre ha sido una tarea complicada. Pero cuando a este sustantivo se le añade el adjetivo kurdo la situación empeora hasta probablemente conducir a la cárcel o, como sucedió en los años 90, a la muerte. Desde 1992, al menos 25 periodistas han muerto en ataques en Anatolia, ocho de ellos pertenecientes al diario kurdo Özgür Gündem. El Comité de Protección de Periodistas sospecha que el 40% de los crímenes fueron cometidos por el Estado. Por el momento, el país dirigido por Recep Tayyip Erdogan no mata a quienes portan la pluma como símbolo de rebelión. Pero después reducir en 2014 el número de periodistas presos de 61 a siete, ha convertido de nuevo Turquía en una de las mayores cárceles del mundo para la prensa. Antes del fallido golpe de Estado, alrededor de 40 reporteros dormían tras los barrotes y el país ocupaba el puesto 151 de 180 países en el índice de libertad de información elaborado por Reporteros Sin Fronteras (RSF).

“Sin duda Turquía va a ir a peor después del 15 de julio. Los periodistas kurdos ya sufrían la presión por ser críticos con el Gobierno. Ahora los periodistas gülenistas, que antes trabajaron con el AKP, están siendo detenidos junto a otros que no lo son. Son decenas, y lo más probable es que las detenciones que ahora vemos se conviertan en arrestos de larga duración. Nosotros vivimos esta situación desde el 24 de julio de 2015 –cuando se rompió el proceso de diálogo con el PKK–. Nueve de nuestros compañeros están en prisión”, recuerda Çelik.

Medios kurdos como IMC-TV, borrado del principal espectro televisivo turco, Özgür Gündem, cerrado temporalmente tras la fallida asonada, y DIHA llevan un año tratando de contar la vida de los civiles afectados por los toques de queda impuestos por el Estado. Muchos de sus periodistas han sido detenidos por mostrar la otra realidad, la rechazada por los medios turcos. “¿Hubo otro medio en Sur durante los 100 días de toque de queda? No. Allí estuvimos, bajo las bombas, para mostrar el sufrimiento del pueblo. Queremos transmitir al oeste de Turquía lo que está sucediendo aquí. Pero los principales medios, controlados por el AKP, están manipulando la verdad y mostrando una realidad opuesta. El objetivo político es engañar a los ciudadanos y nuestras imágenes no valen para sus intereses”, asevera este kurdo de 34 años.

En su último informe, HRW denuncia que la agencia estatal Anadolu Ajansi y el diario Hürriyet calificaban como “terrorista” a Refik Tekin, el periodista de IMC-TV que durante el toque de queda en Cizre captó con su cámara los disparos de las fuerzas turcas a una treintena de civiles que portaban banderas blancas. HRW considera esa acusación como “un deliberado intento de las autoridades por encubrir un incidente en el que las fuerzas de seguridad abrieron fuego, matando e hiriendo a civiles que no representaban un peligro y que estaban intentando rescatar a la gente herida”. Para gran parte de los turcos, ajenos a la versión kurda, Refik Tekin fue y sigue siendo un “terrorista”.

Según la controvertida Ley Antiterrorista, uno de los grandes escollos para la adhesión turca a la UE, se puede considerar “terroristas” a los simpatizantes de grupos ilegalizados. Algunos de los periodistas de DIHA han sido acusados de “pertenencia a banda armada” por hacer reportajes, aunque en la mayoría de los casos la Fiscalía apunta hacia la “propaganda terrorista”, penada con entre tres y doce años de cárcel. Aunque, como subraya el propio Ömer Çelik, “por cada noticia te pueden condenar y así sumar condenas y nunca salir de la cárcel”.

Otro de los aspectos más conflictivos de esa ley son los encarcelamientos a la espera de juicio. Hasta la llegada del AKP, un supuesto culpable podía esperar 10 años en la cárcel sin conocer la sentencia de un juez. Hoy, tras la reforma implementada por los islamistas, son cinco. Según Çelik, es un periodo “nada corto” y contrario a los estándares internacionales: “Para que una persona acusada duerma en la cárcel, hacen falta pruebas contundentes. Aquí no; primero te quedas en la cárcel unos meses y luego empieza la investigación del fiscal”, denuncia.

Doble rasero informativo

A diferencia de los medios kurdos, y de los ya clausurados medios gülenistas, el temor a la represión estatal ha calado en los medios opositores turcos. Cientos de periodistas críticos han sido despedidos y muchos otros afrontan juicios por insultar al presidente. El grupo de comunicación del magnate Aydin Dogan, que hasta hace un año mantenía un pulso de poder con Erdogan, ha plegado sus rodillas ante el Hombre de Kasimpasa: el diario Radikal tuvo que cerrar ante la falta de ingresos publicitarios y el canal de televisión CNN-Türk y el periódico Hurriyet han adaptado su discurso en la causa kurda a los deseos del presidente. Además, no es casualidad que durante la fallida asonada Erdogan pidiera ayuda al pueblo turco desde CNN-Türk o que las primeras entrevistas de altos rangos del AKP fueran a este mismo medio.

Los diarios que aún resisten al presidente, Evrensel, Birgun y Cumhuriyet, padecen una crisis económica ante la falta de ingresos publicitarios. A esto se une el hecho de que la violencia, si le interesa al AKP, queda impune, como se demostró el año pasado cuando Abdurrahim Boynukalin, líder de las juventudes del AKP, dirigió un grupo que atacó la sede de Hürriyet y, en lugar de ser cesado, comenzó a escalar puestos dentro del partido.

La maquinaria estatal está consiguiendo censurar la realidad, sobre todo en la televisión, el medio por el que se informa gran parte de la sociedad turca. Aunque a veces sus propios errores provocan que un tema desapercibido cope el hilo informativo. Esto sucedió con el diario Özgür Gündem, que el 3 de mayo inició una campaña en defensa de la libertad de prensa. En solidaridad con el medio, cuyos redactores afrontan más de 150 procesos judiciales, cada día intelectuales, periodistas y activistas ajenos al periódico han ido editando su contenido. Una acción que no generó ningún impacto hasta que el Gobierno, que ha iniciado una investigación por “hacer propaganda terrorista” a más de 40 editores temporales, arrestó durante diez días a tres activistas, entre ellos el representante en Turquía de RSF.

Los medios turcos e internacionales no pudieron obviar este ataque a la libertad. Pronto Can Dündar –hasta hace poco director de Cumhuriyet, condenado a cinco años de prisión, nominado al Premio Sajarov del Parlamento Europeo a la Libertad de Conciencia y que sobrevivió a un intento de asesinato– salió públicamente a defender a los tres encarcelados. Durante una semana, el relato informativo de masas rozó la situación que viven los compañeros de Çelik, quien destaca que la razón principal fue que la causa, en principio kurda, se había transformado en turca: “Dündar y otros medios no pueden cerrar los ojos ante las causas que afectan a sus medios, a la parte oeste, a los turcos, pero cuando sucede con los medios kurdos pueden cerrar sus ojos con calma. De hecho todos los cierran”.

Ömer Çelik es un hijo de la guerra, un periodista cuya convicción ha sido cincelada por la presión que su pueblo ha vivido. En 2009 entró a formar parte de DIHA, y en 2011, en el marco de los juicios al KCK, pasó un año y medio en la cárcel acusado de ser el responsable de prensa de la organización paraguas del PKK. El juicio, congelado como muchos otros durante los años del proceso de diálogo, podría continuar este otoño. Eso es lo que teme Çelik, quien se resigna a que “lo más probable es que vuelva a la cárcel”.

En tres meses nacerá su primer hijo, al que puede que conozca con unos barrotes de por medio. Cuando se le pregunta sobre si ha pensado en abandonar esta profesión no duda en responder que no, que “es más bien lo opuesto (…) Las políticas que este Estado ha llevado a cabo en el pasado nos han influido. En los años 90 quemaron y destrozaron nuestras casas. Yo estaba allí, y ahora estoy aquí. Si los hijos de esa época han acabado en la agencia DIHA, de alguna manera los hijos del actual conflicto también acabarán igual, aquí, en DIHA. Por ejemplo, a un amigo de Silopi le han destrozado la casa y nos ha pedido trabajo. Lo mismo ha sucedido con un compañero de Cizre que perdió a su padre. Esta es la realidad de la presión. De alguna forma la presión, la dificultad, alimenta la resistencia. Si intentan silenciar a los medios kurdos no lo podrán conseguir porque siempre, de forma natural, saldrá la resistencia. La política de la presión, que es la que conoce este pueblo, no ha funcionado y no funcionará”.

FUENTE: MIGUEL FERNÁNDEZ IBÁÑEZ / GARA