Llamamiento

-Ja està. Hem creuat.

La compañera al volante nos lanza por un momento una mirada sonriente, antes de volver los ojos al camino de curvas que se pierde por el bosque. Hemos pasado la frontera francesa por los Pirineos, por una de esas rutas perdidas entre montañas, de maquis y contrabandistas, por la que ahora sólo circulan excursionistas de fin de semana y franceses buscando tabaco más barato.

Todavía queda mucho camino por recorrer, pero como siempre que se cruza una frontera, siento un alivio extraño. Me hundo en el asiento y pienso en todo lo que deben haber visto estos caminos. Tengo grabado en la memoria las palabras amargas de un exiliado ex-combatiente, su recuerdo de la Retirada. “Dejábamos nuestros fusiles en el suelo y llorábamos. Los guardias franceses nos miraban, y nosotros llorábamos delante de nuestros fusiles apilados, los que nos habían acompañado durante toda la guerra…”. Me vienen a la cabeza las palabras del llamamiento, y se me hace un nudo en el estómago:

“Venid a Rojava… defended la revolución…”.

Ha pasado ya más de un mes. Más de un mes desde que el presidente turco Erdogan diese la orden de atacar la zona autónoma del noreste de Siria, lo que los kurdos conocen como Rojava (“Oeste”, en referencia a la parte occidental del territorio histórico de Kurdistán). Más de un mes viendo imágenes de cuerpos reventados por las bombas, de niños quemados con fósforo y camionetas llenas de familias huyendo de sus casas con lo puesto, tratando de ponerse a salvo de las hordas de yihadistas protegidas por aviones de la OTAN. El sueño en el acto de una alternativa real, uno de los pocos procesos de emancipación social realmente existentes de nuestro tiempo, entregado a los carniceros fascistas ante nuestros ojos.

“Venid a Rojava… defended la revolución…”.

Un compañero, un mensaje en Signal:

-Yo voy. ¿Tú que dices?

-Vamos.

Tengo vértigo, pero hay una cosa que me tranquiliza. Sé que somos muchos. Preparando la mochila, resiguiendo mapas, calculando rutas y tiempos. Cavilando, luchando con nuestras dudas y miedos. De muchos países y muchas tendencias políticas distintas. Nada que ver con los 35.000 voluntarios de las Brigadas Internacionales que conocimos en los libros. No tenemos ni las organizaciones de masas que las hicieron posible, ni el convencimiento profundo y generalizado de que tras la lucha final, el viejo programa de emancipación total, igualitario y fraterno se impondría mundialmente.

A nosotros nos han hecho en otro molde, de otra pasta. No hemos crecido en la España de Miguel Hernandez, sino en la de Gata Cattana. Esa del “Que sí, que todo eso es verdad. Que la vida es así y asao / y que lo que inventamos no tiene / ni pies ni cabeza, / que los libros son muy bonitos / pero son / libros / y que Ana hija, / cuándo bajarás a la tierra. / Que te crees Don-Quijota / y vas por ahí combatiendo gigantes / cuando aquí fuera / sólo quedan / las ruinas de Bankia”.

¿Cómo podemos nosotros estar a la altura de un llamamiento así? Nosotros, que crecimos en las ruinas. Nosotros, que apenas podemos pronunciar la palabra revolución, sin sentir a la vez cierta vergüenza. Que no tuvimos las palabras, ni los horizontes, que fuimos educados en la falta de esperanza y el cinismo: nada lo bastante verdadero como para entregarse sin reservas, nada lo bastante real como para romper con lo posible. Revolucionarios entre comillas, revolucionarios en el tiempo que ha decretado la cancelación -por anacrónica- de toda revolución posible… ¿Puede que con el inconfesable fin de prevenirla?

Y sin embargo insistimos. Rebuscamos entre las ruinas, rastreamos los surcos de la Historia, tratamos de desprendernos de nuestra falta de confianza y nuestro descreimiento. Juntar fuerzas y entender, tomar conciencia. Sabemos que lo que está en juego en el norte de Siria no es solo el enésimo proyecto de limpieza étnica a manos de un Estado-nación, sino el choque entre dos mundos. Un mundo que se hunde arrastrándonos a todos con él, y un mundo diferente, que es el nuestro. La irrupción en el centro de la vida colectiva de los desposeídos, de las mujeres, de las clases plebeyas y ninguneadas, de los pueblos diversos, con todas sus lenguas, ritos y colores. Un lugar en el que tener voz, pan, tierra, paz… un lugar al que a la gente no le de miedo traer a sus hijos, sino alegría. Una nueva esperanza a partir del viejo sueño, del viejo programa.

Hoy este mundo resiste en un rincón de Oriente Próximo, rodeado de potencias enemigas y abandonado a su suerte por la hipócrita complicidad de la “Comunidad Internacional”, mientras el público observa en directo el espectáculo siniestro de una nueva masacre. Y entretanto, un llamamiento que circula, que viene de lejos: “Venid a Rojava… defended la revolución…”.

FUENTE: El Salto Diario