Las minorías étnicas del Irán persa

Irán es un país multiétnico que ha construido su identidad nacional a espaldas de todas las llamadas “minorías”: los habitantes no persas o los que no profesan el credo chií. Las políticas de Teherán con comunidades como los azeríes, baluchis o kurdos se han caracterizado por la marginación y la represión durante décadas. No obstante, su crecimiento demográfico o su utilización por parte de potencias extranjeras hace de ellas un actor cada vez más relevante.

El ayatolá Akbar Hashemí -padre fundador y cuarto presidente de la República islámica iraní (1989-1997)- llegó a admitir en su autobiografía que en los momentos previos a la revolución iraní de 1979, una de las mayores preocupaciones de los revolucionarios era el carácter multiétnico y diverso de Irán. La heterogeneidad étnica que llevaba décadas siendo reprimida bajo el mandato del sha, podía llegar a constituir un peligro en la futura República Islámica si lograban sus demandas históricas sobre derechos y autonomía. Y es que encajar el poliedro étnico que convive en el país es uno de los grandes problemas que afronta Irán, y que promete hacerse cada vez más complejo debido al aumento de la población no persa.

Efectivamente, Irán posee una sociedad compleja en la que su población es mayoritariamente de etnia persa y de religión musulmana chií. Este casi 60% de la población constituye el grupo prioritario al que están dirigidas tanto las políticas como la economía del país. ¿Y qué hay del resto de iraníes? Son las denominadas minorías étnicas, comunidades que, o bien no son persas pero sí están dentro del 89% de la población chií -como los azeríes o algunos árabes-, o tienen diferente etnia y religión -como son los kurdos, baluches, cristianos, persas suníes, bahaíes o judíos, entre otras-.

Estos grupos no siempre gozan de los mismos derechos y oportunidades económicas que el resto de nacionales iraníes: de hecho, la mayoría de ellas ni siquiera están reconocidas de manera oficial en la Constitución iraní. Únicamente aquellas minoritarias y menos contestatarias, como son los zoroastrianos, los cristianos y los judíos, gozan de un estatus oficial, que les brinda una cuota de representación en el Parlamento, aunque ello no impide que sigan sufriendo en ocasiones hostigamientos o persecuciones, que varían según el colectivo.

En términos generales, todas estas minorías étnicas -grupos cuyas lenguas, origen étnico o religión difieren de la persa- tienen como objetivo alcanzar un mayor grado de representación institucional, autonomía o, en algunos casos como el kurdo, la independencia. A este conjunto de demandas, se suma que las regiones habitadas por estas comunidades suelen ser las zonas más militarizadas y también las más económicamente deprimidas del país. Por tanto, su relación con las autoridades iraníes suele ser tensa, aunque varía según la comunidad y la coyuntura. Los azeríes constituyen la minoría iraní más numerosa con 18 millones de habitantes, lo que representa el 25% de la población total iraní. Esta minoría de origen túrquico y lengua azerí, se concentra en el noroeste del país, junto a la frontera con Azerbaiyán, y puede ser considerada la más integrada en la sociedad: comparten la religión chií con los persas y tienen, incluso, la posibilidad de acceder a altos cargos de la administración. No obstante, ello no ha impedido que surjan numerosas protestas puntuales en contra de la segregación y la falta de oportunidades, como las revueltas de mayo de 2006 para tratar de crear escuelas en su idioma.

Los árabes, con cerca de tres millones de habitantes que se concentran junto a la frontera con Irak, también mantienen una relación tensa con Teherán, aunque históricamente no tan conflictiva. La mayoría de ellos -de tendencia chií- demandan una mayor autonomía; no obstante, en los últimos años los choques se están recrudeciendo debido a la extensión de la doctrina suní wahabita por grupos armados, lo que ha generado importantes enfrentamientos y ataques con las autoridades en diversas ocasiones. Por otro lado, los kurdos y los baluches, ambas comunidades seguidoras del credo suní, sí mantienen un claro enfrentamiento armado con las autoridades desde incluso antes de la revolución de 1979, lo cual ha abocado a estas dos comunidades a sufrir persecuciones y ataques desde hace décadas.

Pese a su importancia internacional, los kurdos iraníes, concentrados en el noroeste, representan únicamente el 7% de la población total iraní. Y aunque existe una clara reivindicación independentista, algunos segmentos kurdos iraníes no buscan tan claramente la independencia, sino una mayor autonomía dentro del Estado. Por último, los baluches -aunque muy minoritarios, puesto que representan únicamente el 2% de una población con cerca de 1,4 millones de iraníes- tienen una importancia vital puesto que habitan la región fronteriza del Baluchistán, entre Irán, Pakistán y Afganistán, una de las áreas más estratégicas y militarizadas de Irán, puesto que por ahí pasan gaseoductos y oleoductos a los países vecinos. Sin embargo, eso no se traduce en una fuente de riqueza para sus habitantes, quienes llegan a alcanzar una tasa de pobreza del 70%.

La persificación del Estado moderno iraní 

La situación actual de marginación y pobreza de las minorías étnicas es fruto de las políticas de construcción del Irán moderno, un proceso que comenzó hace más de cien años. A principios del siglo XX, el actual Irán estaba conformado por una federación de tribus y clanes sin una clara estructura centralizadora. Tras la llegada de la monarquía con el sha Reza Pahlaví (1925-1941) después de la Primera Guerra Mundial, comenzó la construcción del nuevo Estado moderno basado en un gobierno centralizado donde la etnia persa se configuró como la dominante. Esta persificación de la identidad iraní impulsada por la dinastía Pahlaví se centró en la rememoración de la época dorada persa, y en una ofensiva contra las formas de vida tribales, forzando la sedentarización de grupos nómadas, prohibiendo en ocasiones algunas lenguas y suprimiendo ciertos nombres de pueblos.

Con la abdicación del sha Reza en 1941, se relajó la presión sobre las minorías y los grupos nómadas, lo que llevó a los azeríes a intentar establecer un fugaz Estado autónomo con la ayuda de la Unión Soviética en 1945. Los kurdos siguieron estos pasos de manera fallida en enero de 1946, al conformar la República de Mahabad. No obstante, el nuevo sha, Mohamed Reza, acabaría por seguir la senda de su padre de represión contra estos grupos.

El proceso de persificación es algo que, lejos de acabarse con la llegada de la revolución iraní de 1979, no solo continuó sino que adquirió un carácter clave para fundar el nuevo Estado islámico. El eslogan de “igualad para todos” del ayatolá Jomeini había calado en baluches, kurdos y árabes, quienes pensaron que el nuevo rumbo de Irán podría traerles mayor representación y voz. En los primeros albores de la revolución, estas minorías se mostraron a favor de los revolucionarios sin llegar a sospechar que los nuevos aires de cambio no iban a variar su penosa situación. Finalmente, el rumbo que los ayatolás imprimieron a la revolución fue bien distinto: estos no eran nada favorables a la idea de conceder mayor autonomía, por lo que desde un inicio comenzaron a reprimir los intentos de las minorías por hacerse un sitio en la nueva configuración iraní.

La recién creada República Islámica de Irán centró sus esfuerzos en la construcción de un Estado-nación persa, continuando con la tradición Pahlaví, pero dando un nuevo énfasis al chiísmo. El proceso de construcción de esta doble identidad iraní -persa y, al mismo tiempo, chií- en oposición a las minorías relegó inevitablemente a estas a la marginación en la política institucional iraní. El resultado fue la creación de una doble estructura político-religiosa en el sistema iraní que garantiza el control sobre el statu quo e impide que las minorías puedan llegar a plantear una oposición fuerte. El nuevo sistema político, social y legal está basado en el islam y en la sharía, la ley islámica que de facto criminaliza e invisibiliza a todos aquellos iraníes que no cumplen estos preceptos religiosos.

Las minorías étnicas en el Irán moderno

La Constitución iraní adoptada en 1979, el año de la revolución, sigue incluyendo múltiples artículos donde se declara el islam chiíta no solo como religión oficial, sino también como aquella que deben respetar todas las resoluciones aprobadas por el parlamento. Para ello, el Consejo de los Guardianes debe velar por la compatibilidad de las leyes emitidas desde el legislativo y la sharía, por lo que, además de la escasa presencia de las minorías en el parlamento -en 2019 solo 14 de los 290 diputados pertenecen a minorías no musulmanas- estas siguen estando supeditadas al control final del Consejo. Además, también los musulmanes no chiítas tienen prohibido tener puestos fundamentales en algunas instituciones políticas como la presidencia del país o el Tribunal Supremo.

A lo largo de los distintos mandatos presidenciales la situación de las minorías ha ido variando levemente en términos de libertades y represión. Esto es así porque, desde hace algunos años, se viene repitiendo una tendencia: cada vez que algún gobernante quiere lograr una victoria política en el país se ve obligado a abordar las demandas de unas minorías que, al fin y al cabo, suponen el 40% de los votos. De ahí a cumplirlas, es otra historia. Por ejemplo, en las elecciones presidenciales de 1997, Mohamed Jatamí, quinto presidente de Irán y perteneciente a la rama reformista (1997-2005), logró la victoria con el mayor porcentaje de votos de las provincias donde predominan las minorías étnicas gracias a una campaña orientada a estas con el lema “Irán para los iraníes”. En ella, Jatamí prometía dar mayores poderes a las administraciones locales y, como manera de recompensar tal apoyo llegó a proponer a un diputado kurdo, Jalal Jalalizadeh, como candidato a la presidencia del Parlamento iraní por primera vez en la historia, decisión que fue rápidamente revertida ante las presiones de los clérigos más conservadores.

La llegada del radical Mahmoud Ahmadineyad, empeoró las cosas y las minorías pasaron a ser consideradas como tribus o microculturas, cuyos integrantes fueron sometidos a arrestos e incluso ejecuciones, batiéndose los récords de detenciones. Con la llegada de las elecciones de 2013, el candidato del movimiento de los reformistas, Hasán Rohaní, de nuevo jugó la carta de las comunidades minoritarias para ganar las elecciones, asegurando que acabaría con las discriminaciones y garantizaría la igualdad de oportunidades para ocupar posiciones dentro del gobierno central. Sin embargo, tras la victoria Rohaní ha mantenido una política de doble filo: mientras el gobierno ha creado una figura institucional para los asuntos de las minorías étnicas y ha abierto colegios que enseñan en lengua azerí y kurda, por otro lado sigue sin incluir a ningún miembro de una minoría en su gabinete y sigue aumentando el número de ejecutados baluches y kurdos. 2018, en concreto, fue un año especialmente duro para las minorías, pues se registraron una multitud de asesinatos de activistas por los derechos de las minorías, incluso en territorio europeo.

El papel de las minorías étnicas en la política exterior

El continuo enfrentamiento que existe entre las comunidades periféricas y Teherán es visto con buenos ojos desde las potencias enemigas como Estados Unidos, Arabia Saudí o Israel. Cualquier grupo que internamente pueda llegar a desestabilizar o presentar una amenaza real contra el gobierno iraní es una fuerza bienvenida; las minorías étnicas en Irán han pasado a ser en ocasiones un nuevo proxy de los intereses extranjeros. Por ello, no es extraño que los adversarios de Irán presten tanto apoyo económico como ideológico a algunas de estas causas. La provincia de Baluchistán, por ejemplo, es conocida por su importancia geoestratégica debido al paso de varios gaseoductos y viaductos, de ahí que Arabia Saudí haya puesto gran interés en tratar de desestabilizar esta zona tan codiciada por Irán, financiando madrasas pakistaníes y grupos terroristas suníes como Jundallah, para extender la doctrina suní wahabita. De hecho, hasta un think tank saudí ha llegado a publicar un informe donde se sugería la posibilidad de aumentar tensiones en el Baluchistán y otras regiones iraníes como arma contra Teherán.

Recientemente, Estados Unidos también ha estado interesado en agitar esta región con el objetivo de dificultar los acuerdos comerciales que podrían llegar a firmarse entre Irán y Pakistán. Israel tampoco se queda atrás, pues trata de apoyar tanto a los judíos iraníes como a los kurdos para logar un actor aliado y transnacional en la región de la misma manera que ya lo está logrando en Irak. Por otro lado, Turquía históricamente ha ejercido su influencia sobre las minorías a través de los azeríes iraníes aunque, en los últimos años, el acercamiento de Azerbayán con Irán ha rebajado la tensión. En respuesta, las autoridades iraníes suelen culpar de cada movimiento de las minorías a intentos de injerencia a Estados Unidos o Arabia Saudí, de ahí que la lucha contra las minorías se convierta a veces en símbolo de una lucha contra el enemigo invasor en su forma disfrazada.

Unas minorías con vistas a convertirse en mayoría

Desde hace una década aproximadamente comienzan a soplar aires de cambio respecto a las condiciones de las minorías. Tanto las masivas revueltas populares de mayo de 2009 -también conocidas como Movimiento Verde-, o las protestas de diciembre de 2017 incluyeron entre sus cánticos referencias a los derechos de todos los iraníes, incluidas las comunidades minoritarias, algo que ha llegado a generar debates públicos serios. Y es que con el paso del tiempo estos grupos minoritarios están dejando de serlo.

El crecimiento demográfico de estas comunidades es imparable, si bien las cifras manejadas actualmente sobre los porcentajes que representa cada minoría son solo estimaciones puesto que el gobierno iraní no lleva a cabo censos oficiales. Algunas de las regiones como Baluchistán tienen los índices de natalidad más altos del país en contraste con las principales ciudades iraníes donde predominan los persas, pudiendo llegar a amenazar la mayoría. Esta tendencia fue motivo de preocupación ya desde la década de 1990, lo que llevó a plantear controles en los índices de natalidad y movimientos de población a otras zonas persas. Más recientemente, el Consejo Iraní de Revolución cultural ha tratado de implementar medidas para revertir esta tendencia fomentando la natalidad nuevamente en otro tipo de provincias.

Sin embargo, las minorías entienden que un crecimiento poblacional no será la vía para lograr garantizar sus derechos fundamentales y por ello desde el año 2005 han comenzado a organizarse en el Congreso de las Nacionalidades Iraníes para lograr un Irán Federal. Este movimiento es un primer intento por aunar los esfuerzos de todas estas comunidades y ha celebrado ya varias reuniones internacionales. Pero la realidad es que a pesar de estos intentos parece que las minorías étnicas y religiosas en Irán distan mucho de llegar a lograr en el corto plazo objetivos como la separación entre la religión y el Estado o la garantía de derechos fundamentales.

FUENTE: Alicia García / El Orden Mundial