La lucha por el oro azul en Oriente Próximo

Antiguos conflictos como los relativos a los ríos Tigris y Éufrates demuestran la importancia del agua como principal recurso natural. El aumento de la población en la zona, las recientes sequías y el estallido de nuevos conflictos generan en Oriente Próximo una verdadera lucha por el denominado oro azul en la que un posible acuerdo entre países no parece una solución próxima.

La escasez de agua como fuerza impulsora de conflictos

El agua es un elemento vital para la sobrevivencia de las personas. No solo es necesaria para el propio sustento del cuerpo humano, sino que es imprescindible para el riego de los cultivos, la supervivencia de los seres vivos de los que nos alimentamos, la elaboración de una gran diversidad de productos, así como para abastecer el sector energético.

Sin embargo, el agua es, desde hace años, un bien escaso en zonas como Oriente Próximo. Tanto es así que la Comisión Económica y Social de las Naciones Unidas para Asia Occidental (CESPAO, más conocida por sus siglas en inglés ESCWA) afirmaba que 18 de los 22 países árabes que componen dicha organización están por debajo del umbral establecido en lo que a escasez de agua se refiere.

Asimismo, uno de los principales problemas a los que se ha enfrentado Oriente Próximo desde mediados del siglo XX es el rápido crecimiento de su población. Las cifras ya superan los 300 millones de personas, lo que supone un censo similar al estadounidense, país considerado rico en agua.

Para muestra, un botón: la población de Yemen en la década de 1950 era de unos 4,5 millones de habitantes, cifra que ha ascendido hasta los 25 millones en los últimos años y que, según las predicciones, alcanzará los 52 millones en 2050, lo que supondría un aumento de más del 200%. Otro ejemplo es Irak, que estaba compuesta por unos siete millones de personas en los años 60 y que en 2015 contaba más de 36 millones de habitantes. Sin duda, estos cambios poblacionales generan una gran incertidumbre con respecto a los recursos de agua a los que se tendrá acceso en un futuro para abastecer a la población de la zona.

Además, la dependencia de unos países sobre las decisiones de otros aumenta la vulnerabilidad con respecto a la gestión de las aguas transfronterizas. Una gran proporción del agua que fluye a lo largo de toda la región tiene su origen en países diferentes a los que recorre, lo cual crea disputas entre estos. Se calcula que alrededor de un 85% del caudal del río Éufrates nace en las montañas de Turquía, aunque luego fluye por otros países, como Siria o Irak.

Hechos pasados muestran una cierta relación entre la falta de agua y la aparición de conflictos interestatales. Entre ellos, la disputa entre los tres países referidos —Turquía, Siria e Irak— por las aguas de los ríos Tigris y Éufrates, ilustra la importancia de la lucha por el denominado oro azul en la región.

La cuenca del Tigris y el Éufrates: el origen de conflicto

El Tigris y el Éufrates son considerados los dos grandes ríos mesopotámicos. Su nacimiento se encuentra en las montañas del este de Turquía; atraviesa el país y recorre tanto Siria como Irak para desembocar conjuntamente en el golfo Pérsico. Los recursos hídricos disponibles provienen de las masas de aguas superficiales, así como de aguas subterráneas y acuíferos. Son las lluvias y las nieves invernales las que nutren el caudal de ambos ríos, lo que provoca grandes irregularidades a lo largo del año que se han tratado de evitar con la construcción de presas como la de Tabqa en Siria o la de Keban en Turquía. Con esto, la lucha por las aguas de estos ríos para abastecer las necesidades de la población de los tres países que recorre ha sido constante durante el siglo XX.

Varios fueron los protocolos firmados en forma de acuerdos bilaterales entre las partes implicadas: Irak y Turquía en 1946, Siria y Turquía en 1987 y Siria e Irak en 1990. Pero las discrepancias siempre han sido más numerosas que las avenencias en lo que a la cuenca del Tigris y el Éufrates se refiere. No se trata únicamente de un conflicto por el uso del agua, sino que se convirtió en una disputa política entre los regímenes baasistas en Siria e Irak. Además, el apoyo sirio hacia el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK, por sus siglas en turco), así como el reclamo sirio hacia la provincia de Hatay, creó una fuerte enemistad entre Siria y Turquía.

En 1983 se creó el Comité Técnico Común con el objetivo de llegar a un acuerdo en las negociaciones y de adjudicar una cantidad de agua equitativa y apropiada a cada país. Pero las negociaciones cesaron diez años más tarde, tras el fracaso en los múltiples intentos de pacto. La falta de acuerdo se basaba en las diferentes perspectivas desde las que los tres países visualizaban la idea de aguas transfronterizas. Por una parte, Turquía manifestaba que el reparto debía distribuirse según las necesidades objetivas de cada participante. En cambio, Siria e Irak consideraban los ríos mesopotámicos como aguas internacionales, por lo que el caudal debía asignarse según lo que los propios estados consideraran en un acuerdo de reparto conforme a sus propias necesidades.

A partir de los años 2000, el agua empezó a ser el principal componente de los acuerdos entre estos países, ya no solo la cantidad a repartir, sino también su calidad. Los intentos de cooperación a nivel regional aumentaron considerablemente. Surgieron iniciativas de carácter gubernamental, como el Consejo de Cooperación Estratégico en 2008, así como otros organismos sin ánimo de lucro. Pero, a pesar de estos intentos, nunca se ha alcanzado un acuerdo trilateral. Las relaciones políticas entre las partes y los intereses meramente nacionales han jugado un papel preferente. Por eso, sucesos como la actual guerra de Siria han frenado e incluso deteriorado los escasos y paulatinos avances en las negociaciones.

El papel de los recursos hídricos en la guerra civil siria

El caso de Siria ilustra la relación entre la escasez de agua y la guerra civil que estalló en 2011. Es importante conocer que en 1950 la población siria se situaba en unos 3,5 millones de habitantes, cifra que asciende a más de 22 millones en 2016. Este crecimiento tuvo lugar principalmente en zonas rurales, así como en localidades colindantes con las grandes ciudades. Por otra parte, una fuerte sequía tuvo lugar entre 2006 y 2010 que afectó a más de la mitad de las tierras de cultivo sirias. Los agricultores que habitaban en los alrededores de los ríos Tigris y Éufrates vieron desaparecer su principal medio de vida y unos 800.000 granjeros y pastores se vieron obligados a emigrar a zonas urbanas.

Desde entonces, tras el inicio de la guerra civil, la escasez de agua ha sido usada como arma de guerra. Tanto Alepo como Damasco, principales ciudades sirias, han sufrido cortes en los suministros en las zonas controladas por los rebeldes, pero también en aquellas en manos del gobierno. Además, el control de unos y otros sobre las estaciones de bombeo de agua potable tiene como objetivo ejercer presión sobre bandos contrarios, mientras que la población civil es la verdaderamente afectada. La destrucción de buena parte de la infraestructura hidráulica a causa del conflicto ha supuesto una reducción de la capacidad productiva en hasta un 50%.

En un principio, la construcción de la presa de Ataturk en Turquía se presentó como una oportunidad para potenciar la cooperación entre Siria, Turquía e Irak. Considerado uno de los embalses más grandes del mundo, posibilita la reserva de extraordinarias cantidades de agua y la producción de considerables cantidades de energía. Sin embargo, tras su inauguración en 1991, no ha hecho sino alimentar el conflicto existente. La construcción de la presa supuso una reducción del caudal que alcanza las tierras sirias e iraquíes, lo que disminuyó los recursos de la población. Además, la implantación del Proyecto del Sureste de Anatolia (GAP, por sus siglas en turco), un plan turco de infraestructuras hidráulicas de grandes dimensiones, ha incrementado la tensión.

El control del autodenominado Estado Islámico en la zona alta de los ríos Tigris y Éufrates se ha trasladado en forma de amenazas hacia Turquía que reclama la apertura del embalse de Ataturk. Estas exigencias se suman al dominio del grupo terrorista sobre la presa de mayor envergadura de Irak, situada en Mosul. El corte de suministros, el cierre de presas o las amenazas de inundaciones provocadas son algunas de las estrategias utilizadas. Teniendo en cuenta el objetivo de crear un dominio extenso en forma de califato, el control sobre los recursos hídricos no se limitaría a la zona bañada por los ríos mesopotámicos; territorios pertenecientes a Egipto o Etiopía —con importantes recursos, como el río Nilo, y el apoyo del grupo terrorista Boko Haram— podrían convertirse en principal objetivo.

Estos hechos demuestran la importancia del agua en la zona, cuya escasez la sitúa incluso por encima de uno de los recursos más preciados a nivel mundial, como es el petróleo.

La estrecha relación entre el agua y el petróleo

El petróleo en Oriente Próximo se ha considerado históricamente una fuente potencial de conflictos. Tanto su carácter finito como su elevado valor económico han provocado disputas entre países, no solo a nivel regional, sino también internacional. Arabia Saudí, Irak, Irán, Emiratos Árabes Unidos y Kuwait formaron parte durante 2016 de la lista de los diez países con mayores niveles de producción de petróleo a escala mundial. Así, de acuerdo con la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), un 65% de la producción de sus Estados miembros en 2015 pertenecía al conjunto de países de Oriente Próximo.

En el caso particular de Irak, la industria petrolera proporciona más del 90% de los ingresos del Estado. A lo largo del 2015 se exportaron de media alrededor de tres millones de barriles diarios de los más de cuatro millones producidos. Siria, por su parte, no participa en la OPEP, ya que el petróleo ha sido un recurso escaso en el país. Antes del inicio de la guerra civil se producían 370.000 barriles por día, de los cuales menos de 150.000 se destinaban a la exportación. Estas cantidades suponen un 0,4% del abastecimiento mundial, lo cual relega a Siria a la cola de los países productores de petróleo.

El petróleo ha sido un factor influyente en los más recientes conflictos que han tenido lugar en la región. En el caso de Siria, las principales empresas petroleras del país, la Compañía Siria de Petróleo y Al Furat, han visto su producción fuertemente mermada tras el estallido de la guerra civil. El control por parte de los rebeldes de zonas de producción petrolera ha obligado al Gobierno sirio a recurrir a Irán para abastecer sus propias necesidades energéticas. Además, la situación impone una presión añadida en Occidente por el temor a la extensión del conflicto a otros países vecinos. Dicha extensión podría afectar a la producción y exportación del crudo de algunos de los países más influyentes en el sector, lo que generaría inestabilidad en el precio del producto.

Es importante destacar que los procesos de extracción, producción y refinado del petróleo hacen uso de grandes cantidades de agua para su ejecución, lo que acentúa el riesgo que provoca su escasez. Así, de cada diez litros de crudo que se extrae, siete forman parte de aguas contaminadas. Además, alrededor de 80 millones de metros cúbicos de agua son necesarios cada año en una planta media para llevar a cabo sólo el proceso de refinación. Esta circunstancia impulsa a los grupos rebeldes, con mayor motivo, a querer buscar el control sobre zonas cercanas a recursos hídricos. Aunque son muchos los países que recurren a aguas subterráneas y a la desalinización, estas no parecen medidas suficientes para garantizar el posterior abastecimiento de la población.

Con la vista puesta en el futuro

El 21 de mayo de 1997 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Convención sobre el derecho de los usos de los cursos de agua internacionales para fines distintos a la navegación, aunque dicho texto no entraría en vigor hasta el 17 de agosto de 2014. El retraso se debió al mandato del artículo 36 de la convención, por el que la entrada en vigor sería efectiva cuando al menos 35 Estados ratificaran el documento. Su principal finalidad era establecer un conjunto de reglas que fomentasen la cooperación entre Estados en todo aquello relativo al uso, gestión o aprovechamiento de lo que se denominaba cursos de agua internacionales.

La convención está fundada en la teoría de la soberanía limitada. De acuerdo con ella, todo Estado por el cual fluyan aguas de un río transfronterizo puede hacer el uso que considere oportuno de las aguas que queden enmarcadas en su territorio. Para matizar esta idea, la convención establece una serie de principios que los Estados deben tener en cuenta. Así, se prevé una utilización y participación equitativas y razonables, con el límite de no causar un daño significativo a cualquier otro país que recorra el río.

Sin embargo, a pesar de que Siria e Irak ratificaron la convención en 1998 y 2001, respectivamente, Turquía no forma parte del acuerdo, por lo que no se ve obligada por sus preceptos. Este hecho dificulta la protección de los demás Estados por los que pasan los ríos Tigris y Éufrates, que se han visto perjudicados por las decisiones tomadas por Turquía.

Las previsiones del Instituto de Recursos Mundial (WRI, por sus siglas en inglés) establecen que 13 de los 33 Estados que sufrirán mayor escasez de agua a mediados del siglo XXI serán países de Oriente Próximo. El crecimiento poblacional, la mayor demanda de suministros y los posibles efectos del cambio climático aumentarán la presión sobre recursos naturales como el agua. Algunos posibles remedios incluirían el fomento de medidas de conservación y la mejora de las tecnologías para el uso del agua de forma más sostenible, así como un abaratamiento de los procesos de desalinización que permita obtener mayores cantidades de agua dulce.

Iniciativas regionales, como el Consejo Árabe del Agua o los proyectos llevados a cabo por la CESPAO, no parecen ser suficientes para alcanzar unos resultados óptimos. La colaboración entre países resulta necesaria para suavizar los resultados de la escasez de agua y aliviar los efectos, que recaen sobre los ciudadanos. El mayor problema radica en la inestabilidad geopolítica de Oriente Próximo, que imposibilita el recurso a esta vía diplomática como medio de solución del problema. A pesar de que el agua no entiende de conflictos, de religión, de política o de ideologías, estos suelen ser prioritarios para los intereses de los Estados. De seguir así, como resultado se obtendrá no solo un agravamiento de la situación, sino la incapacidad de abastecer a la población con el bien más necesario para la supervivencia del ser humano.

FUENTE: Mónica Chinchilla / El Orden Mundial / Fecha de publicación original: 10 de abril de 2017