¿La guerra del pueblo kurdo en Siria o la gran guerra contra los pueblos?

El apoyo de Estados Unidos a las fuerzas kurdas: sentidos de la autonomía en medio del conflicto.

Guerra en Oriente Medio. Guerra en Kurdistán. Extremismos. Intervención. Negocio de la guerra. Ejércitos bárbaros con monarquías detrás. Despojo, saqueo, migraciones masivas. Genocidios invisibilizados. Rediseño, balcanización. Petróleo.

Con estas pocas referencias se suele abarcar la realidad histórica de decenas de pueblos que no azarosamente han y están siendo escenario de una guerra a gran escala. Hemos interpretado con habilidad cómo el campo económico y el campo militar operan y se sostienen indivisiblemente. Hemos sido astutos para definir geopolíticamente la amenaza en esta fase de redistribución de los territorios a nivel global. Hemos logrado, en mayor o menor medida, descomponer el entrecruzamiento de intereses locales, regionales y globales. Es necesario poder abarcar estos grandes conflictos que atraviesan los pueblos, fundamentalmente, desde sus propias lógicas y dinámicas.

Desde hace unos 40 años, el movimiento kurdo surge entre los asfixiantes aires de una dictadura militar, reafirmando su identidad como nación y como parte constitutiva de la negada historia universal de los pueblos. La síntesis de los diferentes procesos de reivindicación social permite a su organización crecer a pasos acelerados y sobreponerse a la decisión de exterminio de varios estados y sus fuerzas paramilitares. Pero además, permite llevar adelante una lectura profunda de las fracturas que se dieron en estos procesos, desde el socialismo real, las izquierdas, los frentes de liberación nacional y los levantamientos del propio pueblo kurdo en el siglo XX.

Con respecto a las embestidas contra este pueblo en su historia más reciente, es decir, en el marco de las políticas negacionistas y asimilacionistas de los estados-nación, el Movimiento de Liberación de Kurdistán, que hoy cuenta con una notable influencia en las cuatro partes donde se encuentra (Irak, Irán, Siria y Turquía), es el primero que surge y se mantiene sin ningún tipo de apoyo externo, factor de peso en la caída de los levantamientos kurdos anteriores.

La primavera árabe siria, intervenida externamente a mediano plazo con respecto a lo que sucedió con Libia (donde ciertos sectores internos rápidamente fueron coordinados desde fuera y la OTAN intercedió con sus fuerzas armadas desde el comienzo de los levantamientos), trae a escena intereses y conflictos entre poderes acordes con las claras directrices de balcanización de la región y de reconfiguración del mapa de recursos naturales y ajuste de cabecillas estatales a nivel global. Pero aquí hay algo importante. Al poco tiempo de esto, en julio de 2012, las zonas kurdas se organizaron proclamando sus fuerzas de autodefensa y su decisión de configurarse socialmente bajo el paradigma del Confederalismo Democrático, impulsado por su líder Abdullah Öcalan desde la isla-prisión de Imralı, en Turquía, donde se encuentra encarcelado hace 18 años.

Con una población que ronda los 40 millones, de los cuales 25 millones viven en el Kurdistán del Norte (Turquía), y con un horizonte de autonomía basado en la lucha de las mujeres, la ecología y la consolidación de una sociedad ética y política, evidentemente las negociaciones entre los sectores de poder de la región y los grandes poderes globales se complejizaron y se vieron obligados a nuevos cálculos. En una esfera de profunda inestabilidad y pragmatismo político como en Oriente Medio, el desarrollo de una zona de autogobierno sostenido por asambleas en democracia directa, claramente llevó -como lo viene haciendo la presencia del PKK (Partido de Trabajadores de Kurdistán) en zonas kurdas de Turquía, Irán e Irak-, a que ciertas contradicciones entre estos sectores pasen a segundo plano. El movimiento kurdo representa un enemigo común que delinea diferentes acuerdos de los estados y clanes poderosos de la región. Lo estamos viendo: la alianza turco-árabe (no olvidemos la enemistad histórica desde tiempos del Imperio Otomano), la alianza turco-iraní, la reformas del sistema parlamentario a presidencial en Turquía (posible por la alianza AKP-MHP, la subordinación del CHP y el encarcelamiento de cientos de miembros del partido prokurdo HDP, entre ellos 10 parlamentarios y 69 co-alcaldes/sas municipales); la presencia militar de Rusia y Estados Unidos y sus estrategias de influencia en Siria.

Lo que cuesta entender es que los pueblos no estén pidiendo permiso, no estén buscando su parte dentro de la institucionalidad permitida, y se involucren en la guerra no sólo sufriéndola, sino defendiéndose con sus propias fuerzas militares y construyendo sus propias formas de gobernarse en el medio de las bombas.

Durante más de tres meses, Kobanê dio una batalla histórica donde mujeres y hombres, desde las cuatro partes de Kurdistán, llegaron a defender la ciudad, la cual se convirtió en un emblema para la resistencia de los pueblos del mundo. A pesar de que Recep Tayyip Erdoğan, presidente de Turquía, afirmó públicamente su caída, Kobanê no sólo no cayó, sino que hoy se viste con colores de vida comunitaria y de solidaridad internacional. Tras más de 20 días de resistencia popular cuadra por cuadra, calle por calle, con la mayor parte de la ciudad tomada de manera arrasadora por los yihadistas, entraron en juego por primera vez los aviones de guerra estadounidenses. De hecho, todas las luchas anteriores, como la de la ciudad Serêkaniyê cuando fue ocupada por fuerzas de Al-Nusra, fueron ganadas por las fuerzas kurdas de autodefensa sin ninguna intervención externa, salvo la que favoreció a los extremistas. En Kobanê vimos un punto de inflexión. Si miramos bien, Estados unidos, poniendo en la cabeza de su agenda el conflicto sirio, contaba realmente con muy poca influencia en Siria. Hasta entonces, la dinámica venía siendo crear y apoyar (con logística, entrenamiento, financiamiento en general) a fuerzas extremistas sunitas. Esta tarea más tarde fue transferida a alguno de sus aliados, como Turquía. En su búsqueda por ganar influencia y ante la fuerte presión de la opinión pública en cuanto a la política de Estados Unidos hacia Oriente Medio (cargando encima con todo el historial mediático de las tropas estadounidenses recientemente retiradas de Irak) es que determinó apoyar a las Fuerzas Democráticas de Siria (QSD, fuerzas de autodefensa de la Federación del Norte de Siria) y a las YPG y YPJ  (Unidades de Defensa del Pueblo y Unidades de Defensa de las Mujeres, de Rojava), que en muy poco tiempo se consolidaron y crecieron de manera sorprendente, demostrando ser las únicas que pueden derribar a las fuerzas extremistas del ISIS.

Sólo remontémonos a agosto de 2014, cuando ISIS atacó las zonas yezidíes (la milenaria cultura zoroastriana), asesinando a más de 12.000 mujeres y hombres, niñas y niños, y secuestrando a más de 2.000 mujeres y niñas que luego fueron vendidas en mercados de esclavos o entregadas como salario a sus mercenarios. Hay imágenes que prueban cómo los soldados peshmergas (ejército del Gobierno Regional de Kurdistán de Irak, apoyado por Estados Unidos y Turquía) abandonaron Şengal (Sinjar) e impidieron la evacuación de los civiles en el momento en que el Estado Islámico llegó a la zona. Horas después, sólo ocho jóvenes de la guerrilla del PKK bajaron de las montañas y se enfrentaron con los yihadistas y así lograron abrir un corredor humanitario, trasladando a los miles de civiles a zonas seguras de Rojava, la región kurda de autogobierno en el Norte de Siria. Poco más de un año después, bajo la coordinación de las YBŞ y YBJ (Unidades de Resistencia de Şengal y Unidades de Resistencia de las Mujeres), YPG y YPJ y las HPG (Fuerzas de Defensa del Pueblo) y la YJA-STAR (Unidad de las Mujeres Libres- Estrella), lograron limpiar Şengal completamente de las fuerzas extremistas, sin repercusión negativa sobre la vida de los civiles que continúan retornando a sus hogares.

Podemos preguntarnos qué tan acertado es que las fuerzas de autodefensa kurdas (y también árabes) acepten armas de Estados Unidos y si es correcta una alianza táctica para la coordinación de los bombardeos a objetivos del ISIS. De hecho, luego de la liberación de Kobanê, la iniciativa de cooperación de Estados Unidos significó fuertes discusiones para las zonas de autogobierno, no sólo para la comandancia de las fuerzas militares. No podemos obviar el hecho de que estamos hablando de un pueblo organizado que se asume a sí mismo, y ante la invasión y la amenaza concreta de un ejército de mercenarios ampliamente entrenado, equipado con armamentística de última tecnología y financiado por distintas potencias, la defensa de la vida de millones de personas debe asumirse en sentido radical e inmediato. No podemos encerrar esto en estrechos términos ideológicos.

El financiamiento y la tecnología militar de avanzada con que cuenta el Estado Islámico, sus rutas fortificadas de salida de crudo y refinados hacia Turquía, la cuota de continuidad a los conflictos sunita-chiita, kurdo-árabe y sunita-Partido Baaz son una realidad. A esto hay que sumar todos los ataques por detener su desarrollo, como el brutal embargo en todas sus fronteras, la penetración y los ataques del ejército turco en el cantón de Efrîn, principalmente. Sin embargo, las zonas autogobernadas del Norte de Siria siguen consolidando su proyecto social a través de las comunas y las asambleas y organizando la defensa de sus territorios. En la región, continúa la construcción de cooperativas, proyectos de diversificación de la economía y de alianzas colectivas de comerciantes para amortiguar los juegos de retención de productos básicos desde el Kurdistán de Irak. Hay que tener en cuenta que estas iniciativas se realizan en zonas improductivas y totalmente desindustrializadas por leyes implementadas por el régimen de Siria, que sólo permitía cultivar trigo y extraer petróleo crudo (prohibiendo refinerías). Lo han dejado claro luego desde el primer ataque a Kobanê. Las fuerzas de autodefensas han asumido la tarea de destruir completamente al Estado Islámico y defender la autonomía. La decisión de aceptar apoyo estadounidense es, concretamente, posterior.

En el norte de Siria es difícil encontrar una familia que no tenga uno, dos, hasta tres de sus miembros mártires en la resistencia de sus territorios. Las decenas de miles de mártires las ha dado el pueblo. Es el pueblo quien lleva adelante una lucha por un cambio de mentalidad, por asumir la autonomía y la lucha de las mujeres para una transformación radical de su sociedad y una solución a la crisis de largo plazo en la región. Esto representa una fuerte amenaza al status quo de los sectores de poder, por lo tanto ha llevado al pueblo a desarrollar la autodefensa en todos sus ámbitos.

Las potencias integrantes de la Coalición Internacional han declarado abiertamente que no reconocen las zonas de autogobiernos, sino solamente a sus fuerzas militares. Los grandes medios relatan guerras, pero para estos pueblos no se trata de un triunfo militar. Militarmente no se libera un pueblo que ha sido asimilado y alejado de su propia realidad y comunalidad durante décadas.

Desde hace mucho tiempo, Abdullah Öcalan viene luchando por una solución dialogada al conflicto kurdo. Sentarse a negociar con este pueblo significa, de alguna manera, reconocer una posición política que se enfrenta precisamente con los pilares estructurales del sistema: en primer lugar con el Estado-nación. Negociar es y ha sido parte de las estrategias de las luchas de los pueblos. Y en cuanto a esto, es algo primordial cuáles son las condiciones. Por eso, tras muchos intentos, ninguna de las negociaciones tuvo continuidad (sólo hay que recordar que el entonces presidente de Turquía, Turgut Ozal, fue asesinado en 1993 por su disposición al diálogo con Öcalan).

Ahora, la correlación de fuerzas tras una lucha de cuatro décadas coloca al pueblo kurdo como actor innegable en la salida de la crisis a nivel regional. El Norte de Siria es su muestra más gráfica. Por esta razón, subestimar la capacidad de un pueblo organizado, fusil en mano, nos llevaría a pensar en alianzas políticas, traiciones, oportunismos. De hecho, un tema en la agenda de las asambleas populares es el posible giro de las fuerzas estadounidenses contra las zonas liberadas. La historia relatada desde la visión de los pueblos, quienes viven tanto la resistencia como la guerra con sus cuerpos, día a día, posiblemente sea muy diferente. Porque no podemos dejar a un lado, para entender a las fuerzas involucradas en el conflicto bélico, los cambios sociales previos y posteriores al comienzo de éste. En esta guerra a gran escala, las potencias están disputándose tanto una posición políticamente estratégica en cuanto al balance de diferentes bloques y sus áreas de influencia (como Irán, Turquía, Rusia, las monarquías del Golfo), como un nuevo reparto de los recursos, poniendo el petróleo a la cabeza. Pero, a la vez, dentro de esta guerra se está dando un proceso social donde millones de personas organizadas están debatiendo su autonomía y la posibilidad de quebrar con tradiciones estatistas y patriarcales. Y hoy todas las regiones que fueron liberadas por las fuerzas de autodefensa, kurdas en su mayoría, se organizan de forma autogestiva. Todos los territorios de Rojava y las zonas árabes liberadas (Ein Isa, Gire Spî, Til, Koçer, Til Hamis, Xezna, Til Maruf, Hole, Şedade, Minbic, Tabqa, Şehba, etc.) no están bajo el ala de ningún partido ni de ningún gobierno foráneo. Inclusive en cuanto a defensa, cada lugar liberado constituyó sus propias asambleas militares y milicias integradas por mujeres y hombres de las zonas. En cuanto a esto, cabe hacerse una pregunta: ¿cuáles son los objetivos militares del Estado Islámico en estos más de tres años? ¿Serán realmente las fuerzas del Ejército Sirio? La realidad es que prácticamente todos los ataques del Estado Islámico son dirigidos contra los pueblos declarados autónomos y ahora coordinados en la Federación del Norte de Siria.

La alianza tripartita del dominio del saber (mitología, religión, filosofía, ciencia), la fuerza militar y el poder político, desde hace más de cinco mil años viene siendo el gran riel por el cual la civilización de poder llega hasta hoy, mutando y regenerándose habilidosamente. Triángulo patriarcal que nos dibuja que la crisis de nuestros días tiene raíces bien profundas. En una civilización patriarcal que se sostiene sobre el saqueo (en todos sus sentidos), la fuerza militar es uno de sus pilares constitutivos. Los pueblos, a lo largo de la historia, han sido atravesados por el ejercicio y las lógicas de la guerra aplicadas sistemáticamente. Con esto queremos decir que la guerra forma parte de una mentalidad hegemónica, es inseparable de ésta. El sometimiento de las mujeres y con ellas de los pueblos, las culturas y con ella la historia, las minorías y con ellas las diversidades, la colectividad y con ella las individualidades, las espiritualidades de los pueblos y con ella la naturaleza, está siendo el eje de la continuidad de esa mentalidad de dominio, patriarcal y belicista y sus ciclos de acumulación.

Las potencias han transportado la guerra fuera de Europa, lo que significa, de alguna manera, dejarlas por fuera de la historia de la humanidad. Lo que estamos viviendo es una guerra declarada contra los pueblos, en una nueva etapa de acumulación del capital. Y está siendo aplicada en diferentes territorios del mundo-periferia, articuladas con sus otras esferas política, social, epistémica, comunicacional, simbólica, etc. El epicentro de esta guerra hoy está en Kurdistán. Pero la guerra puede estar en cualquier parte y vivirla cualquier pueblo que agudice el nivel de contradicciones: los pueblos originarios en toda Latinoamérica, el pueblo venezolano (se están generando importantes debates que plantean la “sirianización de Venezuela”); el pueblo mexicano; el conflicto palestino-israelí; el pueblo saharaui; pueblos africanos; en Nepal y en Filipinas. Son los pueblos cansados frente a los planes de muerte, defendiendo la vida y sus naturalezas el escenario de las guerras. Frente a un sistema férreo y diagramado, la organización y la búsqueda de autonomía, la toma de la palabra, la irrupción en los espacios tradicionalmente ocupados por los sectores de poder, tienen sus respuestas. Las nuevas y antiguas expresiones por la autonomía están tomando crecientemente consistencia producto también de la agotada esperanza de cambios sociales radicales, amparados desde las instituciones estatales. Los diferentes feminismos y movimientos territoriales están convirtiéndose en una de las principales fuerzas del campo popular. Es decir, se están dando quiebres con lo que se convirtió en círculos viciosos de la política de la izquierda tradicional. Se están esbozando planteos y prácticas que rebozan el cuestionamiento a un sistema económico o a una determinada forma de gobernanza estatal. No podemos negar que los ímpetus de las coaliciones de diferentes sectores sociales están siendo el factor dinamizante de las políticas regionales de poder en diferentes latitudes. Creer que el sistema opera con mínima resistencia es dar por entendido que existe per se. Los estados-nación no tienen existencia sin la sociedad, las políticas económicas no se aplican por fuera de la sociedad. Pero como afirmó Abdullah Öcalan, la sociedad claramente puede continuarse y organizarse sin estados, sin capitalismo, sin (anti) economías neoliberales, como lo ha hecho en la mayor parte de su larga historia. Esto no es un dato menor. Estamos frente a nueva etapa de los sectores sociales organizados frente al capitalismo. Esto está dinamizando con unas nuevas características, el rediseño de las políticas sociales, económicas y militares para inyectarle vida a un modelo de despojo en franca crisis.

FUENTE: Alejandra Mora/Kurdistán América Latina