¿Hasta dónde llegará la confrontación entre Estados Unidos e Irán?

El fantasma de la invasión estadounidense en 2003 a Irak ahora sobrevuela Irán. La escalada belicista de la Casa Blanca contra la República Islámica aporta una nueva tensión en Medio Oriente, una región que en los últimos ochos años tiene al territorio sirio como arena de disputa internacional.

En los últimos meses, los halcones John Bolton y Mike Pompeo se convirtieron en la vanguardia que aboga por un ataque militar directo a Irán, bajo un abanico de argumentos que, si se los despeja de estridencias, tienen muy poco anclaje con la realidad.

La profundización de la política de confrontación de la administración de Donald Trump contra el Irán gobernado por Hasan Rohani, tuvo su punto de partida con la salida de Estados Unidos del acuerdo nuclear firmado en 2015, que regulaba la producción de uranio enriquecido por parte de la República Islámica. Aunque la Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) nunca pudo comprobar que el Estado iraní impulsaba la construcción de armas de destrucción masiva, el gobierno de Rohani llegó a un acuerdo con el ex presidente Barack Obama –en el que también participaron Francia, Alemania, Reino Unido, Rusia, China y la ONU-. A cambio, Washington alivió las sanciones contra la República Islámica, una medida reclamada por los poderosos sectores de la burguesía iraní, deseosos de comerciar sin trabas e inconvenientes con el propio Estados Unidos y la Unión Europea (UE).

Con la destrucción del acuerdo nuclear por parte de la administración Trump, quedaron al descubierto varios puntos que, hasta el momento, no encuentran una resolución definitiva. Uno de ellos es la incapacidad de la UE para intervenir frente a la prepotencia de Estados Unidos. La UE propuso el denominado Vehículo con Cometido Especial (SPV, por sus siglas en inglés), con el cual esperaba esquivar el control estadounidense sobre empresas europeas que comercian con Irán. Por ahora, esa iniciativa se encuentra estancada y sin peso para sortear las sanciones impuestas a Teherán.

Otro punto que ve la luz con la decisión de la Casa Blanca es la compatibilidad extrema (y sumamente peligrosa) entre las políticas exteriores de Trump y el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu. No es una novedad que las relaciones entre Estados Unidos y el Estado de Israel por estos días alcancen sus niveles más altos. El apoyo ciego de Trump a cualquier medida tomada por Netanyahu no es ajeno a lo que sucede con Irán. Para Tel Aviv, la República Islámica es su principal enemigo en Medio Oriente. La construcción del “Irán enemigo” tiene una alta dosis de ficción creada e impulsada diariamente por Israel.

En los últimos días, Trump bajó –al menos discursivamente- las tensiones y descartó una guerra abierta, o un “cambio de régimen en Irán”. Por su parte, el gobierno de Teherán –controlado por uno de los sectores reformistas- también dejó en claro su intención de negociar con Washington. “La puerta de las negociaciones no está cerrada siempre que Estados Unidos levante las sanciones y cumpla sus compromisos”, declaró recientemente el presidente Rohani durante el Consejo de Ministros.

Pero los halcones de la Casa Blanca se mantienen firmes en su postura belicista. El miércoles pasado, Bolton –que se desempeña como consejero de Seguridad Nacional- acusó a Irán del sabotaje a cuatro petroleros en aguas de Emiratos Árabes Unidos (EAU) ocurrido hace dos semanas. Sin presentar ninguna prueba, Bolton afirmó: “Está claro que Irán se encuentra detrás del ataque (a los petroleros)”. Y agregó: “No hay duda en la mente de nadie en Washington, sabemos quién lo hizo y es importante que Irán sepa que sabemos”. Para el consejero de seguridad, los sabotajes se realizaron con “minas navales casi con toda seguridad de Irán”. Abbas Musavi, portavoz de la cancillería iraní, calificó las acusaciones como “ridículas”.

Las tensiones entre Estados Unidos e Irán también se potencian por las disputas regionales. Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos son enemigos declarados de Teherán, y no cejan en su empeño por desestabilizar a la República Islámica. Por otra parte, el gobierno ruso denunció las sanciones y las políticas estadounidenses contra Irán, un “aliado” que Moscú logró tener con el correr de los años.

Imaginar un futuro en las relaciones entre Estados Unidos e Irán es arriesgado. Pero se pueden tender puentes hacia el pasado reciente, cuando la entonces administración de George W. Bush le “vendió” al mundo entero que el Irak de Sadam Husein producía armas de destrucción masiva. Por supuesto, el propio gobierno de Bush reconoció que ese armamento no existía, pero la invasión ya se encontraba en marcha. Si algo no produjo la guerra desatada por Estados Unidos en Irak fue la consolidación de un sistema más democrático y justo. Si la historia se repite con Irán, los resultados serán similares.

FUENTE: Leandro Albani / Revista Crisis