Erdogan no puede reprimir la economía

El presidente de Turquía encara unas elecciones decisivas para su carrera política con una inflación galopante y una caída de popularidad.

“Yo voté ‘sí’ en el referéndum pensando que el país sería más estable. Aunque viendo cómo está la economía ahora mismo no creo que Erdogan sea quien pueda conseguirlo. Creo que necesitamos un cambio”.

Mete, un joven turco que trabaja en el sector servicios, es uno de los millones de turcos llamados de nuevo el próximo domingo a las urnas tras el cambio constitucional refrendado en abril de 2017. Esta votación, ganada por la mínima y entre denuncias de irregularidades, supuso una profunda transformación del sistema de Gobierno turco.

Los turcos acuden otra vez a votar apenas doce meses después. En un contexto que mantiene el retroceso de libertades, la represión a opositores y la falta de libertad de expresión, el actual jefe de Estado, el islamista Recep Tayyip Erdogan, se juega su futuro político.

Si supera el 50% en la primera o segunda ronda de votaciones, Erdogan terminará de apuntalar su poder cada vez más personal con una presidencia reforzada. Las elecciones no serán justas, pero si realmente son libres como el Gobierno afirma, la oposición sí tiene opciones de victoria.

Si triunfan los esfuerzos de los diversos grupos opositores, que han hecho frente común para derrotar al mandatario turco (el prokurdo partido HDP -Partido Democrático de los Pueblos- ha anunciado que en segunda ronda apoyará a quien quiera que sea el contrincante de Erdogan, incluso si es un nacionalista turco), sería el punto y final de este líder que ha conseguido polarizar por completo a la sociedad turca durante sus 15 años de mandato.

Asimismo, ese día también se celebran elecciones parlamentarias. Ahí las encuestas pintan incluso peor para su partido, el AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo), que podría perder la mayoría absoluta que ostenta en estos momentos.

Tras unas purgas que se han traducido en la detención de decenas de miles de personas, en el despido de otros tantos miles de funcionarios y la reducción al máximo de la prensa crítica, las encuestas señalan que es la economía la principal preocupación de los turcos y, por tanto el asunto que podría evitar su reelección.

“Por mi trabajo tengo que viajar mucho al extranjero. Y veo con más perspectiva lo que pasa en Turquía. Nuestra moneda cada vez vale menos y yo, que cobro en liras, lo noto especialmente”, explica el joven.

Durante los últimos doce meses la lira turca ha perdido alrededor de un 20% de su valor respecto al dólar. Y no solo a los turcos que viajan al extranjero les sale más caro el precio de la vida. Las empresas que tienen que importar productos también tienen que rascarse más el bolsillo para adquirir el mismo material que hace apenas un año. Tampoco se libran las arcas públicas, que tienen que importar energía que cada vez resulta más cara.

“La economía turca se encuentra en un estado bastante malo”, señala a Público el economista Emre Deliveli. “La deuda privada es un gran problema, muchas compañías están buscando reestructurar sus deudas. Yo creo que hay muchas empresas que tienen probabilidades muy altas de acabar quebrando”, añade.

Todo esto se traduce, claro está, en una inflación sin freno. El incremento de los precios que los turcos de a pie tienen afrontar en sus compras diarias ha aumentado en comparación con el año anterior, según los últimos datos publicados de mayo, un 12,15%.

Erdogan se ha servido de la represión contra activistas y opositores así como del recorte de la libertad de expresión para apuntalar sus mensajes, pero contra los efectos reales de la economía, contra unas patatas o cebollas cada vez más caras, poco puede hacer para silenciarlos.

De hecho, las políticas monetarias aplicadas por las doctrinas del presidente turco son una de las razones por las que Turquía ha llegado a niveles de inflación casi dramáticos. En concreto lo ha sido su obsesión por mantener los tipos de interés bajos, con el objetivo de mantener a flote el sector de la construcción, clave para el crecimiento económico a corto plazo del país.

No obstante, a finales del mes pasado, el supuestamente independiente Banco Central tuvo que dar un paso al frente y subir los tipos de interés un 3%, con lo que consiguió calmar el desplome sin red de la lira. “Si el Banco Central hubiera sido capaz de bajar los tipos antes, el problema no habría alcanzado estas dimensiones”, añade Deliveli.

¿Efecto en las elecciones?

En un principio las elecciones de este domingo se iban a celebrar en 2019, pero Erdogan sorprendió, adelantando los comicios un año. ¿La razón? Todos los análisis coinciden: el deterioro de la situación económica.

Ankara se escuda en un gran dato macroecómico: el 7,4% de crecimiento que experimentó el PIB turco el año pasado. Eso sí, se trata de un crecimiento, matizan los expertos, basado en la inyección de grandes cantidades de capital en el mercado a través de créditos públicos y que, añaden, es insostenible a largo plazo.

El reciente dato de caída del paro al 10,1% (1,6% menos que el año pasado) también sirve de material dialéctico para los partidarios del presidente turco. Y, por último, siempre queda urdir una teoría conspirativa, esa costumbre tan arraigada en el imaginario turco.

“El único problema que tiene la economía turca es la inflación, pero cuando pasen las elecciones todo terminará, porque los periódicos económicos como el Financial Times, Bloomberg o Wall Street publican cada dos o tres horas noticias sobre Turquía y generan mucho ruido”, sostiene Ibrahim Karatas, columnista del diario progubernamental Yeni Akit. “Manipulan la información”, añade; para matizar al final: “esa es mi opinión, claro”.

Que los mercados especulan y los inversores apuestan a la baja cuando pueden sacar beneficios de economías con problemas no es ningún secreto. Ha sucedido y sucede con otros países, y también con Turquía. La diferencia es que entre los votantes de Erdogan está extendida la idea de que los grandes poderes fácticos de Estados Unidos y la Unión Europea quieren derrocar al líder islamista a toda costa. Y el casi monopolio estatal de los medios de comunicación ayuda a apuntalar todavía más la creencia.

“Erdogan culpa a los extranjeros, y los medios lo repiten una y otra vez. Además, también culpa a los gülenistas (seguidores del imán Fethullah Gülen, a quien se acusa de organizar el golpe de Estado de 2016), por lo que mucha gente le cree. Está por ver si la inflación va a tener un peso influyente en la decisión de los votantes a Erdogan”, explica Deliveli.

Más megaproyectos

El aspecto económico tiene una carga simbólica para Erdogan y el AKP que va más allá de una situación puntual. El partido islamista llegó al poder en 2002 con el mantra de buen gestor económico, después de los convulsos años 90 del país anatolio. Es en ese aspecto en el que Erdogan ha basado su legitimidad, y no quiere perderla.

Es por ello que durante la campaña ha insistido en su intención de continuar con megaproyectos para Turquía. Entre ellos destacan el tercer aeropuerto de Estambul, que será uno de los más grandes del mundo, y el faraónico Kanal Istanbul, un proyecto que pretende crear un canal marítimo artificial paralelo al Bósforo.

Con estos planes, anuncia Erdogan, se pretenden crear 100.000 puestos de trabajo y unas inversiones de cerca de 30.000 millones de dólares.

Las mismas ideas, el mismo discurso, pero una creciente sensación de distanciamiento. Si Erdogan alcanzó una cuota de aceptación por encima del 67% justo después del fallido golpe de Estado, el pasado mes de abril había caído ya por debajo del 50%.

También la energía de sus interminables discursos parece haber disminuido. Erdogan siempre se caracterizó por una carismática y combativa oratoria que conseguía encender los ánimos de sus seguidores. En esta campaña electoral, en cambio, se le ha visto cansado e incluso ha sufrido diversos lapsus y equivocaciones a los que los turcos no están acostumbrados.

“¿Van (ciudad oriental de Turquía), estáis preparados para votar el 26 de junio?”, clamaba Erdogan en un reciente mitin cuando en realidad las elecciones son el 24 de junio. En otra ocasión aseguró haber estudiado durante la época del partido único (un período en la historia reciente de Turquía que terminó cuatro años antes de que él naciera); en otra, mezcló los conceptos de cafetería y biblioteca.

“Él se está encargando de todo. Está gobernando y de campaña electoral al mismo tiempo, es normal que esté muy cansado. Yo sé que él trabaja de 20 a 24 horas al día”, afirma el analista Karatas.

Incluso dado que ese fuera el caso, que trabajara todo el día y sin descanso, parece no ser suficiente. Hay turcos que no quieren verle ya como presidente. “Hubo un tiempo en que sí creía en lo que decía. Ahora ya me parece un político más, solo quiere quedarse en el poder y dirá y hará lo que haga falta para conseguirlo”, asegura el joven trabajador Mete. “A mí, por lo menos, ya no me convence”.

FUENTE: Javier Pérez de la Cruz / Público