Erdoğan: fe y furia

El Presidente de la República de Turquía comienza su día con una oración. Por lo general, entre las cinco y las seis de la mañana, dependiendo de cuándo salga el sol. Camina en una cinta rodante durante media hora, levantando pesas al mismo tiempo.

Se viste.

Como turco sencillo, a Recep Tayyip Erdoğan le gusta usar trajes toscos de cuadros escoceses. Recientemente ha añadido un chaleco. Toma un desayuno ligero porque sufre de diabetes. Lee los memorandos enviados por sus asesores, seguidos por los periódicos matutinos. Prefiere los papeles que ofrecen una cobertura favorable, como Sabah, que es propiedad de unos amigos.

A las 8 de la mañana, recibe al director de su gabinete y a su portavoz y juntos revisan la agenda del día.

A las 11 de la mañana sale de su villa privada hacia el palacio.

Erdoğan cumplió 64 años en febrero. A pesar de haberse sometido a una cirugía para extirpar un tumor de colon en 2011, su rutina sigue siendo extenuante. A lo largo de su jornada recibe visitantes de todo tipo: ministros, diputados, alcaldes, diplomáticos. Erdoğan controla cada detalle del gobierno. Dondequiera que va, lleva un cuaderno, en el que garabatea constantemente. No se irá a casa hasta la medianoche y espera que su personal se quede en la oficina por al menos el mismo tiempo. Rara vez se toma más de un día de vacaciones.

Los funcionarios del gobierno retratan a Erdoğan como un patriarca severo. Sus arrebatos de ira, a menudo acompañados por lanzamientos de su iPad contra alguno de sus empleados, son legendarios. Los hombres adultos bajan la voz en su presencia. Sus rostros se vuelven solemnes, casi rígidos. Miran hacia abajo, obedientes, nerviosos, atentos.

Un embajador europeo, ex diplomático en Turquía, describe la personalidad del presidente como impredecible.

“A menudo resulta un hombre encantador”, dice el embajador. “Te convence con su cortesía y su suave cercanía. Genera un sentimiento positivo. Luego, inexplicablemente, destruye cualquier buena voluntad que hubiera construido con sus momentos ‘locos’; sólo comportamiento irracional y acusaciones”.

En su juventud, Erdoğan jugó al fútbol semi-profesional en el club local del municipio de Estambul, IETT Spor. Hasta el día de hoy, le gusta rodearse de personalidades del deporte. Añadió un luchador y un jugador de baloncesto a su equipo de asesores. Hasta hace dos años, jugaba regularmente al baloncesto con sus guardaespaldas y personal.

Erdoğan no lee libros, pero ve la televisión en exceso. En su oficina y dentro de su Mercedes S600 modificado se visiona A-Haber (A-News), un canal conocido por sus teorías conspirativas y ataques a los críticos de Erdoğan. Dado que Erdoğan sólo habla turco, no hay medios de comunicación extranjeros en ninguno de los televisores. Su Oficina de Prensa e Información, sin embargo, le traduce las historias más importantes, especialmente si se le menciona. El presidente está obsesionado con lo que Occidente piensa y dice de él.

Es un apasionado de la historia, especialmente del Imperio Otomano. Si puede evitarlo, nunca se pierde un episodio de la serie de televisión “Payitaht: Abdülhamid”, una saga de 54 episodios que describe la vida del sultán Abdülhamid II. Erdoğan admira a Abdülhamid II, el último dirigente del Imperio Otomano con poder real, y un gobernante conocido como el “sultán sangriento” por su duro estilo de liderazgo.

Para Erdoğan, la fundación de la república por Mustafa Kemal Atatürk en 1923 fue un error histórico. Le gustaría que Turquía volviera a los tiempos de Abdülhamid II, cuando el Imperio Otomano se extendía desde Oriente Medio hasta los Balcanes.

Por fuera Erdoğan aparece como un hombre fuerte, un líder del pueblo. Pero los que lo conocen desde hace mucho tiempo lo describen como un quejoso que alinea servilmente sus políticas con encuestas y sondeos. Actualmente, los datos que le proporcionan sus encuestadores le preocupan cada vez más.

En abril, Erdoğan solicitó unilateralmente que las elecciones nacionales se celebraran el 24 de junio, 18 meses antes de lo previsto. Iba a ser un voto predestinado que lo vería instalado como el primer presidente ejecutivo de Turquía.

Sin embargo, su ventaja en las encuestas desde el anuncio de elecciones se ha ido reduciendo. Su gobierno se enfrenta a una crisis monetaria para la que Erdoğan no tiene solución, y la oposición parece decidida a aprovechar su última oportunidad para detener su búsqueda de poder total.

El palacio está ahora en un estado de ánimo apocalíptico, dicen los entendidos. Mientras que nadie en el círculo íntimo de Erdoğan se atreve a hablar abiertamente con el presidente sobre una potencial derrota, algunos miembros del personal están preparando estrategias de salida. Un político de alto rango del gobierno confiesa que teme por su futuro si Erdoğan pierde, pero espera que su esposa e hijos salgan del país.

Erdoğan ha convertido Turquía en una autocracia desde que llegó al poder en 2003 bajo la bandera de su Partido de Justicia y Desarrollo, conocido como AKP. Ha doblegado al poder judicial a su voluntad, diezmado a los militares y declarado la guerra a la prensa.

La primavera pasada, los ciudadanos votaron por escaso margen a favor de la introducción de un sistema presidencial, en medio de acusaciones de engaño electoral del gobierno. Otorgaron un poder casi total e incontrolado al jefe de Estado. Ahora Turquía se enfrenta a un punto de inflexión: si Erdoğan gana las elecciones del 24 de junio, lo que es probable, su autocracia se consolidará durante años. Si pierde, Turquía se enfrenta a meses de imprevisibilidad. Nadie sabe si Erdoğan aceptaría siquiera la derrota y la transferencia pacífica del poder.

¿Quién es este hombre que ha unido su propio destino tan estrechamente con el de su país? ¿Cómo ejerce su mandato? Der Spiegel, con la ayuda de Black Sea, ha hablado con más de dos decenas de confidentes del presidente en los últimos meses: asesores, funcionarios del gobierno, compañeros de partido, diplomáticos, ministros, y se ha adentrado en el mundo de la política de Erdoğan. La mayoría de ellos insistió en que no se mencionaran sus nombres. Tienen miedo de que Erdoğan pueda vengarse, como se sabe que suele hacer.

Sus informes, junto con documentos internos, pintan un cuadro de un presidente turco que todavía no conocíamos: un Erdoğan en el cenit de su poder, pero obsesionado con perderlo. Sintiéndose incomprendido, sólo confía en su familia, lo que ha causado inquietud en el gobierno. Erdoğan lidia ahora con su propia supervivencia, y se enfrenta a un futuro incierto en caso de derrota.

Para él, el 24 de junio es más que unas elecciones.

La familia: el yerno señalado para el poder

El presidente Erdoğan vive junto con su esposa Emine en una villa en los terrenos de Ak Saray (Palacio Blanco) en Ankara. Sus padres son de Rize, una ciudad costera del Mar Negro famosa por su té. Erdoğan creció básicamente en Estambul. Nunca se ha sentido a gusto en Ankara, el centro de la política y del ejército. Hasta hoy, pasa los fines de semana en su finca de Estambul.

Erdoğan quiere gobernar durante al menos otros cinco años, hasta 2023, centenario de la fundación de la República turca. No hay señales de que se vaya a hacer a un lado después, pero el hito es importante. Nada lo impulsa más que su legado.

Los que están familiarizados con estos asuntos dicen que a Erdoğan le hubiera gustado que uno de sus cuatro hijos lo siguiera como presidente. Pero ya no hay un candidato obvio. Ahmet Burak, el hijo mayor, se ha retirado de la vida pública por aparentes problemas de salud mental que se cree que se derivan de golpear y matar a una mujer con su coche, y luego huir de la escena, en Estambul en 1998.

Erdoğan no confía en su hijo menor, Necmettin Bilal, conocido por no ser demasiado brillante, para el poder político. Las dos hijas, Sümeyye y Esra, son más inteligentes que los chicos y tienen más probabilidades de ser elegibles para el cargo.

Durante algún tiempo pareció que Erdoğan estaba preparando a la hija menor, Sümeyye. Acompañaba a su padre a las reuniones, y se dice que ejerció una influencia moderadora sobre él durante las protestas del Parque Gezi en Estambul en 2013.

Aunque Turquía tuvo una primera ministra en la década de 1990, la posibilidad de que el islámico-conservador AKP de su padre respalde a una mujer sigue siendo escasa. Sümeyye, desde que se casó y dio a luz a su primer hijo, ha desaparecido de vista.

Erdoğan nunca ha parecido interesarse por Esra como sucesora. Sin embargo, se ha esforzado por ayudar a un joven a subir en la escala política turca: Berat Albayrak, el marido de Esra.

Las familias Albayrak y Erdoğan han sido amigos durante décadas. Esra y Berat se cortejaron en 2003 durante sus estudios en Berkeley, California. La relación comenzó con un correo electrónico. Ella le escribe diciendo que su padre les ha dado permiso para verse: “Es un proceso interesante, especialmente interesante, que tomemos tal iniciativa cuando estamos lejos de nuestros mayores.”

Berat Albayrak trabajaba en ese momento para Çalık Holding, una enorme empresa textil, energética y de construcción turca, en Nueva York, donde cursó un MBA. En 2007, con sólo 29 años, se convirtió en su Director General. Un año más tarde, impulsó la compra por parte de la compañía de medios de comunicación como el diario Sabah y el canal de televisión A-Haber y puso a su hermano, Serhat, al cargo.

Los medios de comunicación fueron vendidos a otra compañía dirigida por amigos de Erdoğan, antes de que Albayrak renunciara a Çalık para convertirse en diputado por el AKP.

Berat medró rápidamente en la política turca.

Erdoğan lo nombró Ministro de Energía en 2015 y rápidamente aceptó el amiguismo político del AKP. Presionó al parlamento para que aprobara un proyecto de ley de impuestos, redactado secretamente por sus colegas de Çalık, que permitiría a la compañía repatriar, casi libres de impuestos, cientos de millones de dólares que había ganado en sus negocios en el extranjero.

Desde el nombramiento de Albayrak en el gabinete, Erdoğan y los hermanos Albayrak han estado gobernando el país juntos. El personal del presidente habla de un “triunvirato”. Erdoğan ahora incluye a su yerno en casi todas las decisiones importantes y lo lleva a conocer a líderes y políticos extranjeros.

Albayrak se asegura de que los amigos del partido y los ministros sepan de su cercanía al presidente. Cuando viaja, lo hace en la limusina blindada junto a Erdoğan. En las reuniones del gabinete, coloca su mano ostentosamente sobre el hombro de su suegro, charlando audiblemente sobre su esposa e hijos. A veces parece que el propio Albayrak es el presidente: critica a otros políticos, da instrucciones a los colegas del gabinete y les da lecciones sobre cómo dirigir sus ministerios y a quién deben contratar y despedir.

El Partido: luchando por la benevolencia del líder

Cada martes por la mañana Erdoğan habla con el grupo parlamentario del AKP. El evento se parece más a un partido de fútbol que a una reunión de viejos políticos: los diputados despliegan pancartas y cantan himnos de guerra. En estos días las filas del AKP son más delgadas; Erdoğan recortó el partido por obediencia. Cualquiera que se atreva a hablar en su contra o a desarrollar su propio perfil es castigado.

Los políticos del AKP cuentan con una mezcla de reverencia y horror cómo Erdoğan destituyó a su ex primer ministro, Ahmet Davutoğlu. Erdoğan había instalado a Davutoğlu en contra de la voluntad de su partido después de asumir el cargo presidencial en 2014. Sin embargo, en el plazo de dos años, Erdoğan se enfadó con su aliado. Davutoğlu había volado demasiado alto, y se había llevado demasiado crédito y elogios por negociar un acuerdo sobre los refugiados con la Unión Europea (UE). Fue un pecado imperdonable.

En mayo de 2016, un blog publicó el llamado “Informe Pelícano”, que denunciaba a Davutoğlu como “traidor”. El primer ministro, junto con los europeos, decía, había conspirado contra Erdoğan. Los documentos internos y las declaraciones de personas con información privilegiada sugieren que Albayrak estaba detrás de la campaña.

Una semana después de la publicación del “Informe Pelícano”, Erdoğan reemplazó a Davutoğlu por Binali Yıldırım, un confidente tiempo atrás y actual Primer Ministro de Turquía, donde permanecerá al menos una semana más, hasta que este puesto quede abolido.

Yıldırım, a diferencia de su predecesor, no tiene ambiciones de ser el centro de atención. Acepta los insultos públicos del presidente estoicamente. “Binali ni siquiera se da cuenta cuando es humillado por Erdoğan”, dice un ministro.

Bajo la titularidad de Yıldırım, el poder ha pasado del primer ministerio al palacio presidencial, el proyecto desde hace tiempo de Erdoğan. Desde palacio, Erdoğan dirige abiertamente cuestiones de gobierno junto con sus familiares y un círculo de 25 de los llamados “consultores jefes”, elegidos a dedo, que componen una especie de gabinete en la sombra.

Desde el exterior, el gobierno turco se presenta como un monolito. Entre bastidores, consultores, ministros y delegados luchan por la atención y la benevolencia del presidente. Dos facciones están ahora atrapadas en una lucha de poder: por un lado están los agitadores centrados alrededor de Berat Albayrak; por el otro, las fuerzas más diplomáticas y moderadas, como el portavoz del AKP İbrahim Kalın y el viceprimer ministro, Mehmet Şimşek.

Erdoğan está predispuesto a atacar, en lugar de emplear la diplomacia. Albayrak anima a su suegro en su implacable carrera contra rivales nacionales e internacionales. También inició la investigación contra el periodista germano-turco Deniz Yücel, según funcionarios turcos familiarizados con el caso.

Albayrak, añaden, está animado por su sincera convicción de que la UE considera que Erdoğan es la opción más segura para Turquía frente a las alternativas.

El yerno del Presidente quiere que los líderes europeos traten a Turquía como a Egipto: un país con el que puedan hacer negocios, sin entrometerse demasiado en sus asuntos internos. Su entorno se burla de políticos como Şimşek, considerándoles “extranjeros” o “aduladores” por apoyar el diálogo con la UE.

Bajo Erdoğan, se ha establecido un culto a la fuerza en el palacio: todos los medios para alcanzar el éxito están permitidos. En abril, el diario Cumhuriyet informó que Albayrak había intervenido los teléfonos del Ministro del Interior, Süleyman Soylu, un importante competidor dentro del partido. En respuesta, Soylu supuestamente creó un expediente de material comprometedor para Albayrak, dicen los informantes.

Control: “Centrado en el voto básico de los nacionalistas sunitas”

Para Erdoğan, la política siempre ha sido una batalla. Como hijo de un marinero estricto y religioso de Anatolia, creció como musulmán sunita, con un profundo desencanto respecto a la élite secular de Turquía, los llamados “kemalistas”.

Un aliado en su lucha contra el establishment turco fue Fethullah Gülen, líder de una secta islámica global, que se autoexilió en Estados Unidos. Gülen ayudó a Erdoğan a solidificar su poder por medio de ataques a los militares y simulacros de juicios. Ambos se volvieron uno contra el otro, y su guerra culminó en el intento de golpe de estado del 15 de julio de 2016, del que el gobierno culpa al predicador.

Erdoğan aprovechó el golpe no sólo para detener a miles de presuntos partidarios de Gülen, sino también para actuar contra cualquiera que se opusiera a su autoridad: políticos de la oposición, activistas de derechos humanos, kurdos, periodistas, académicos, ONGs.

Los moderados en el gobierno le han instado a limitar las purgas. Los arrestos masivos, argumentan, dañan la credibilidad del proceso. El Presidente no escuchará este argumento.

Erdoğan, dice un ex ministro, habría intentado al principio de su mandato establecer un consenso entre las diferentes esferas políticas. Ahora, sólo piensa en su electorado principal de nacionalistas sunitas. “Erdoğan quiere el 51 por ciento (de los votos)”, dijo un ex funcionario. “No le importa nada más.”

Hay una mentalidad de asedio en el palacio. Erdoğan siempre ha sospechado de las fuerzas externas, pero el intento de golpe lo ha hecho más paranoico, dicen los confidentes. El presidente ve enemigos y conspiradores por todas partes. Ya no elige a los consejeros por su competencia. La comprensión de los asuntos mundiales es sólo un requisito menor. Mientras los empleados sean incondicionalmente leales, Erdoğan los protegerá.

Los miembros del gobierno utilizan la aplicación de cifrado “Signal” en sus teléfonos móviles. Erdoğan ya casi no se comunica por teléfono por miedo a ser escuchado por los gülenistas. Busca toxinas en su comida.

El dinero: La riqueza familiar se adquiere en secreto

A finales de mayo, el Primer Ministro Binali Yıldırım y el Viceprimer Ministro Mehmet Şimşek celebraron una reunión de emergencia. Buscaban detener la caída de la lira turca, que había alcanzado proporciones dramáticas y amenazaba la popularidad del AKP en las próximas elecciones. Los dos acordaron que sólo la elevación de los tipos de interés oficiales estabilizaría la moneda. Estaban desconcertados sobre cómo convencer al presidente de esta situación.

Durante años, Erdoğan se ha opuesto agresivamente a lo que él llama el “lobby de los tipos de interés”, un pretendido cártel de conspiradores que, según él, socava la economía de Turquía. Incluso con una lira débil y una devaluación récord, Erdoğan había prohibido la intervención del Banco Central. Por el contrario, quería seguir presumiendo de unas cifras de crecimiento elevadas.

Yıldırım se reunió directamente con Erdoğan y logró persuadirle de que relajara su oposición a la subida de los tipos de interés. Pero la intervención llegó demasiado tarde y la lira sólo se recuperó ligeramente.

La actual crisis económica de Turquía es un gran golpe para el presidente. Erdoğan fue una vez el favorito de los mercados financieros globales. Rehabilitó los bancos, redujo el desempleo y abrió Turquía a los negocios. En los primeros años de su mandato, el producto interno bruto de Turquía creció hasta un 10% anual. Los inversores extranjeros aportaron más de 200 mil millones de euros a la economía turca entre 2002 y 2012.

El presidente usó su posición para hacerse rico.

Ya en la década de 1990, los críticos lo apodaban “Tayyip 10 por ciento” por su supuesta costumbre, cuando era alcalde de Estambul, de exigir descuentos del 10% en los contratos públicos. La educación de sus hijas en prestigiosas universidades estadounidenses fue financiada por un rico empresario turco y amigo cercano. Su lujosa mansión a orillas de Urla, un pueblo costero de la provincia occidental de Izmir, fue construida para él por otro amigo.

Cuando se convirtió en primer ministro en 2003, era reacio a renunciar a sus acciones en empresas. La protesta pública le obligó a desprenderse de activos en 2005. Un año más tarde, su hijo mayor, Ahmet Burak, y otros miembros de la familia, su hermano y su cuñado, entraron en el negocio del transporte marítimo. Su fuente de dinero en efectivo, préstamos y asociaciones comerciales resultan oscuras. Ha habido algunos fragmentos de información.

Entre 2008 y 2015, la familia Erdoğan ganó 30 millones de euros en un solo negocio offshore, según documentos internos de una firma de abogados maltesa involucrada en el comercio, revelados por primera vez por The Black Sea y Der Spiegel.

Conversaciones telefónicas interceptadas entre Erdoğan y sus hijos, filtradas a finales de 2013, sugieren que este acuerdo es una pequeña porción de los activos de la familia, adquiridos en gran parte en secreto y con la ayuda de prominentes hombres de negocios. Con el paso de los años, la familia ha aparecido esporádicamente en otras empresas, negocios de gas y empresas de construcción, sólo para desaparecer de nuevo.

Erdoğan se ha abierto camino desde un barrio bajo de Estambul hasta convertirse en el amo del Estado turco. Está convencido de que merece su riqueza. Un ex ministro dice que Erdoğan ve a Turquía como su propiedad: “Cree que puede llevárselo todo.”

Durante mucho tiempo, casi nadie en Turquía interfirió en las acusaciones de corrupción porque había suficiente dinero para distribuir. Pero ahora parece que Erdoğan va más lejos que nadie antes de él.

Una nueva preocupación es su anuncio de otorgarse el control del Banco Central después de las elecciones. Los inversores han huido ante esta perspectiva, exacerbando la caída de la lira. Las empresas turcas han acumulado 200 mil millones de euros de deuda, una cuarta parte del PIB. Uno de cada cuatro turcos de entre 16 y 25 años está desempleado.

Para Erdoğan, esta caída libre justo antes de las elecciones de junio es un desastre. Muchos millones de turcos apoyaron a su partido no por una agenda nacionalista o retórica religiosa, sino por la promesa de prosperidad. Bajo Erdoğan, ha surgido una tímida clase media, y ahora temen por su nivel de vida. En una encuesta realizada en enero, un tercio de los turcos dijo que el terrorismo era el mayor problema que enfrentaba el país. Desde entonces, este porcentaje ha descendido al 18%. Hoy en día, la mitad de los ciudadanos consideran que la economía es la cuestión política más importante.

El cambio no es insignificante. El gobierno anterior se derrumbó debido a una crisis financiera en 2001. En el palacio, hay una creciente preocupación de que la historia pueda repetirse en las mesas electorales la próxima semana.

El voto: sin victoria segura para el presidente

Turquía afronta las próximas elecciones con tensión y fatiga. La votación tiene lugar un año y medio antes de lo previsto. Erdoğan afirma que es necesaria una quinta votación en sólo cuatro años para darle el poder para reformar Turquía. Sus confidentes confiesan que el jefe querría ante todo prevenir una crisis económica.

El voto prematuro, dice un ministro, también está diseñado para enviar un mensaje a los críticos dentro y fuera del país: “No hay Turquía sin Erdoğan”.

El presidente ha tomado medidas de gran alcance para mejorar sus posibilidades de salir victorioso de las elecciones. Formó una alianza con el MHP nacionalista de ultraderecha, conocido por su odio hacia los kurdos. Ha prorrogado el estado de emergencia, en vigor desde el intento de golpe de estado de 2016, lo que dificulta la campaña de sus oponentes. Los medios de comunicación, ahora casi completamente bajo el control del gobierno, están declarando que la carrera ha terminado.

Pero las elecciones están más abiertas de lo que se esperaba. El presidente está agotado después de 15 años en el poder. Los espectadores de sus mítines, que alguna vez fueron grandes eventos llenos de energía, ahora muestran poca euforia.

Un político del AKP confiesa que el partido carece de un tema para movilizar a las masas como antes. En el referéndum del año pasado, los ataques de Erdoğan contra Alemania, los Países Bajos y otros países europeos le reportaron al menos cuatro puntos porcentuales. Pero ahora la economía turca está sufriendo. “No podemos volver a repetir esta estrategia”, dice el político.

La oposición se ha movilizado antes de las elecciones. Muharrem Ince, el candidato del Partido Popular Republicano (CHP), el segundo más grande del parlamento, ha tenido cierto éxito. Educado, de buen humor y sin disculpas, Ince ha visitado en prisión a Selahattin Demirtaş, el candidato pro-kurdo del HDP, y prometido convertir el enorme palacio presidencial de 600 millones de dólares en un centro científico en caso de victoria.

La popularidad del nuevo partido nacionalista İYİ (Bueno) significa que Erdoğan se enfrenta por primera vez a una seria competencia de la derecha. CHP, İYİ y el partido islamista escindido Saadet han sorprendido a todos con su alianza.

Si Erdoğan ganara las elecciones presidenciales y parlamentarias, lo que aún es probable, Turquía se transformaría finalmente en un Estado unipersonal. Su victoria lo convertiría en jefe de estado y de gobierno. Nombrará a la mayoría de los jueces constitucionales y contratará y despedirá a los ministros a voluntad. La sociedad civil, que mostró cierta resistencia a pesar de las fuertes represiones, se desmoralizaría.

Erdoğan quiere reconstruir Turquía como una empresa familiar. Ha incluido a doce familiares en la lista de candidatos para las próximas elecciones parlamentarias. Se espera que su yerno, Berat Albayrak, que ya muestra signos de autoritarismo, siga ganando influencia como potencial vicepresidente en el nuevo gobierno.

Algunos en Europa creen que una victoria electoral podría relajar Erdoğan. Las lecciones pasadas muestran que esto es poco probable. Sin embargo, su gente pone esta esperanza en perspectiva: “Si Erdoğan triunfa el 24 de junio”, profetizó un miembro del personal, “él gobernará primero”.

El presidente espera hacer cumplir un “nuevo contrato social”, informan sus colegas. Uno en el que sus oponentes -laicos, jóvenes de las ciudades, kurdos- puedan vivir como les plazca, bebiendo alcohol, abriendo negocios, viajando al extranjero, siempre que no interfieran en la política.

En política exterior, Erdoğan seguiría siendo un socio difícil e impredecible. El impulso de confianza otorgado por la victoria le permitiría continuar su guerra de agresión en Siria e Irak. Los consejeros sugieren que el gobierno tratará de renegociar el acuerdo de refugiados con la UE, un acuerdo del que se ha quejado.

Las últimas encuestas sugieren que Erdoğan podría ganar las elecciones presidenciales, pero que su partido perdería la mayoría parlamentaria. De ser así, Turquía se encontraría de nuevo bloqueada. El sistema presidencial necesita una clara mayoría en ambas votaciones, y el hecho de no reunir todo el poder complicaría la gobernanza más que antes. Erdoğan necesita del parlamento para sus proyectos legislativos. Un bloque opositor con mayoría podría negarse a aprobar sus presupuestos. Dentro del AKP, pocos creen que Erdoğan estaría dispuesto a aceptar tal resultado. Es concebible que obligue a los turcos a votar de nuevo o que ignore la ley.

Una derrota en Erdoğan ya no es imposible. El éxito de Erdoğan se basa en el aura de invencibilidad. En caso de que la oposición obligue a Erdoğan a celebrar una segunda vuelta electoral el 8 de julio, los asesores del presidente temen que el ímpetu cambie, como sucedió durante las protestas contra el gobierno del Parque Gezi en 2013. Lo que comienza en Estambul o Ankara podría extenderse por todo el país.

“Necesitamos una decisión en la primera vuelta”, dice un político del AKP.

Los opositores dudan de que Erdoğan acepte un cambio de gobierno. Están preparados para varios escenarios de crisis: Erdoğan podría manipular las elecciones, podría forzar un nuevo voto o ignorar el resultado y gobernar por decreto, lo que podría conducir a protestas y enfrentamientos masivos.

Erdoğan puede perder las elecciones del 24 de junio. Aún no es seguro si perdería el poder.

FUENTE: Zeynep Sentek y Craig Shaw (en colaboración con Der Spiegel) / The Black Sea / Fecha de publicación original 16 de junio de 2018 / Traducido por Rojava Azadi Madrid