Afrin ocupado: de un hogar a una cámara de tortura

Como mujer kurda y representante en Estados Unidos del Consejo Democrático Sirio (MSD), el ala política de las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS) -que ayudó a derrotar al llamado Estado Islámico junto a las fuerzas estadounidenses en los últimos cinco años-, hay muchos temas geopolíticos de los que podría hablar.

Pero prefiero hablar a nivel personal, no como política sino como madre de cuatro hijos, y ahora como abuela, que lo ha perdido todo.

En el segundo aniversario de la ocupación de Afrin, ofrezco mi súplica a cualquiera que esté escuchando. La pesadilla de mi familia comenzó en enero de 2018, cuando el ejército turco invadió ilegalmente nuestra pacífica región de Afrin, en el norte de Siria, también conocida como Rojava.

Esta idílica y exuberante área montañosa que se había convertido en un refugio para las personas que huían de la guerra civil de Siria, fue blanco de destrucción y ocupación por el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan. Esto se debió a que proporcionamos un modelo alternativo de gobierno, con libertad de religión, en el que todas las etnias y, lo más importante, todas las mujeres tenían un lugar igual en la vida pública.

Nuestro modelo democrático secular también fue asediado porque éramos una región kurda mayoritaria y, por lo tanto, se lo consideraba una amenaza existencial para el gobierno de Turquía, que alberga el temor constante de que 20 millones de kurdos exijan la igualdad de derechos y la autodeterminación dentro de sus fronteras.

Debido a que Afrin se atrevió a soñar con otro mundo, los aviones y la artillería de Turquía hicieron llover la muerte durante más de 60 días, permitiendo que el ejército turco ocupe nuestra región con la ayuda de docenas de grupos militantes. Y en los dos años transcurridos desde entonces, mi familia, al igual que los cientos de miles de otros residentes de Afrin que huían, vio nuestras almas destrozadas y nuestras vidas dañadas.

Mi familia escapó de los tanques de Turquía con solo la ropa puesta. La fábrica de mi esposo, donde producíamos envases de estaño para el aceite de oliva, que representaba toda una vida de trabajo, fue confiscada por militantes respaldados por Turquía, y toda la maquinaria fue robada y trasladad a territorio turco. El grupo culpable de esto fue Ahrar Al Sharqiya, la misma milicia respaldada por Turquía que de forma infame secuestró a mi colega Hevrin Khalaf de su automóvil en octubre y luego la asesinó, en lo que Naciones Unidas describió como un crimen de guerra.

Y la casa de mi pueblo, para la cual mi hijo había escogido cuidadosamente cada piedra para la mampostería, fue confiscada y convertida en un centro de interrogatorio. Algunos de mis antiguos vecinos en el área me dijeron: “Todos sabemos que si nos llevan a su casa, seremos torturados”. Mi oasis familiar, las habitaciones donde tuve tantos recuerdos felices, ahora se han convertido en un lugar de crueldad y agonía, donde atormentan sádicamente a mi propio pueblo.

Afrin no es solo otra ciudad para mí. Es la tierra donde están enterradas muchas generaciones de mi familia. Las tumbas de mi bisabuelo, abuelo, padre y madre están ubicadas allí, ahora en riesgo de ser destrozadas o saqueadas por las milicias de Turquía, como muchos otros cementerios y sitios arqueológicos. La casa de mi abuelo y todos sus olivos también han sido incautados, algunos de ellos literalmente arrancados del suelo, que es el equivalente simbólico a arrancarme las venas. Cuando el gobierno de Turquía decidió robar sistemáticamente la industria del aceite de oliva en Afrin, lo que estaba haciendo era destruir la sangre y la memoria viva de familias como la mía, ya que esos árboles eran equivalentes a los miembros de nuestra comunidad.

Por supuesto, los artículos físicos pueden ser reemplazados. Pero lo que el ejército de Turquía ha hecho al ocupar y aterrorizar a Afrin durante casi dos años, es crear un infierno personal donde decenas de miles de personas como yo solo pueden visitar nuestras casas virtualmente en Google Earth, y a través de fotos antiguas, mientras las lágrimas caen por nuestras mejillas.

Más frustrantemente todavía, en un mundo donde me gustaría creer que existe la justicia y que los “buenos” eventualmente ganan, es que Turquía y sus representantes militantes aún no se han enfrentado a ninguna condena significativa por su letanía de crímenes de guerra contra el pueblo kurdo y los aliados estadounidenses que derrotaron al Estado islámico.

Los crímenes de Turquía incluyen secuestros por rescate, tráfico de personas, violaciones, esclavitud sexual, asesinatos, desapariciones forzadas en puestos de control, secuestros nocturnos y quema de aldeas. Como MSD, estamos pidiendo que una delegación del Congreso (de Estados Unidos) o académica visite Afrin, para que esta realidad distópica pueda ser presenciada y corroborada.

Entonces, en un mundo de estadísticas deprimentes, donde las tragedias en Siria parecen confundirse en una gran masa, me gustaría que se dieran cuenta de que muchas víctimas tienen una historia dolorosa como la mía, y los perpetradores que llevan a cabo estos crímenes de guerra tienen nombres y debe ser llevado ante la justicia. Imaginen que les quitaron su hogar y lo usen como cámara de tortura para sus vecinos y amigos, mientras que alresto del  mundo no parece importarle. Solo entonces comenzarán a comprender el dolor de las personas desplazadas de Afrin.

FUENTE: Sinam Sherkany Mohamad / Kurdistan24 / Traducción y edición: Kurdistán América Latina